Bután es un país de montaña enclavado entre India y China, célebre por su paisaje imponente, su identidad budista y su modelo de “Felicidad Nacional Bruta”: un índice que prioriza el bienestar emocional y ecológico por encima del crecimiento económico clásico. Hasta bien entrado el siglo XX estuvo prácticamente aislado del exterior, y recién en 1974 abrió sus puertas al turismo. Su primera Constitución llegó en 2008, marcando el paso de una monarquía absoluta a una parlamentaria. Aun así, el peso de la tradición sigue siendo enorme, sobre todo dentro de su familia real, una de las pocas en el mundo que preserva un legado poligámico con funciones institucionales activas.
Los matrimonios reales siempre fueron algo más que un asunto privado. Durante siglos, funcionaron como pactos entre clanes para reforzar alianzas territoriales, asegurar la continuidad dinástica y evitar rivalidades entre familias de peso político y religioso. La poligamia, en ese contexto, no era vista como una extravagancia, sino como un método para mantener la cohesión en un reino montañoso donde la autoridad dependía en gran medida de la estabilidad de sus linajes.
Unir a varias hermanas dentro de un mismo matrimonio -una práctica común en la élite butanesa- reducía tensiones familiares y garantizaba que ninguna esposa tuviera un rango superior a otra, lo que resultaba clave para evitar conflictos internos.
Esta lógica alcanzó su expresión más visible con Jigme Singye Wangchuck, el cuarto “Rey Dragón”. En 1979 se casó con cuatro hermanas de una familia influyente del este del país, una unión que hizo pública recién en 1988. Lejos de generar divisiones, la relación se mantuvo sorprendentemente armoniosa.

Las hermanas no solo compartieron el mismo rango, sino también funciones institucionales: cada una dirige fundaciones, proyectos culturales, iniciativas de salud y programas vinculados a la preservación del budismo. Entre ellas, Tshering Yangdon, madre del actual monarca, se convirtió en una figura de enorme prestigio nacional, especialmente por su trabajo en cuestiones ambientales y en la protección del patrimonio espiritual.
El cuarto rey tuvo diez hijos con sus cuatro esposas, todos con igualdad de estatus. Sus hijos varones integran la línea de sucesión, un dato relevante en una monarquía que combina tradición con controles constitucionales modernos.

La particularidad de Bután es que hoy conviven seis mujeres con título real, algo poco frecuente incluso en monarquías históricamente poligámicas. La familia está compuesta por la Reina Abuela Kesang Choden, una figura matriarcal de 95 años que presenció la transición del país a la modernidad; las cuatro Reinas Madres, que mantienen roles activos en la vida pública y ceremonial; y la Reina Consorte Jetsun Pema, la esposa del actual rey.
La convivencia no es simbólica: todas conservan residencias propias, ocupan lugares protocolarios, realizan apariciones públicas y dirigen programas estatales y fundaciones. La vida ceremonial de Bután es, en gran parte, un entramado femenino donde distintas generaciones de reinas trabajan en paralelo, combinando tradición, religión y actividades sociales.

La Reina Abuela representa la memoria histórica; las Reinas Madres encarnan la continuidad dinástica que sostuvo al país en pleno proceso de modernización; y Jetsun Pema, con su imagen juvenil y cercana, simboliza el capítulo contemporáneo de la monarquía butanesa. Este equilibrio entre pasado y presente es una de las principales razones por las que la institución conserva tanta legitimidad dentro de la sociedad.
Aunque la Constitución butanesa no prohíbe la poligamia, el actual monarca, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, sorprendió en 2011 al anunciar que Jetsun Pema sería su única esposa. El gesto marcó un cambio profundo. El rey buscaba proyectar una imagen de modernidad alineada con los valores de una sociedad cada vez más joven, más educada y más conectada con el exterior. Su decisión fue ampliamente celebrada y consolidó la popularidad de la pareja real, especialmente tras el nacimiento del heredero, el príncipe Jigme Namgyel, en 2016, y sus dos hermanos menores.
Sin romper con la tradición, la monarquía butanesa encontró así un modo de renovarse de manera gradual, manteniendo su herencia sin renunciar a los cambios que exige el siglo XXI.

Hoy, la poligamia persiste culturalmente en algunos sectores rurales, pero es cada vez menos frecuente. La influencia de la educación, las reformas constitucionales y la apertura internacional moldearon una sociedad que valora el legado de sus reyes, pero también mira hacia adelante. La presencia simultánea de seis reinas refleja ese tránsito: una monarquía que honra su historia, que mantiene viva su identidad cultural y que, al mismo tiempo, se orienta hacia un modelo más moderno y simbólicamente más cercano al público joven.