Cada 24 de noviembre se celebra en todo el país el Día del Vino Argentino, una fecha que destaca a uno de los productos más representativos de la identidad nacional. La elección del día no es casual: el 24 de noviembre de 2010, en el marco de los festejos por el Bicentenario, el decreto N° 1800 firmado por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner declaró al vino como “Bebida Nacional”.
La medida reconoció los más de cinco siglos de historia de la vitivinicultura argentina, su peso social y económico, la modernización del sector desde los años 90 y la calidad de sus vinos, considerados “embajadores” en el mundo. Tres años después, el 3 de julio de 2013, el Congreso ratificó la declaración mediante la sanción de la Ley Nº 26.870.

La fecha quedó así instituida como una jornada oficial para promover la cultura vitivinícola y celebrar su aporte al país. Argentina cuenta hoy con 230.000 hectáreas destinadas al cultivo de la vid. Aunque exporta vinos a más de 160 países, el 70% de la producción se consume en el mercado interno. Su cepa insignia es el Malbec, con más de 43.000 hectáreas implantadas, mientras que la Torrontés sigue siendo la única variedad originaria del país.
El vino, al igual que el asado y el tango, forma parte de la identidad argentina y ocupa un rol central en la gastronomía y la vida social. Tintos, blancos, rosados, dulces, secos, a diferentes temperaturas o mezclados con soda o hielo: sus múltiples estilos conviven con la preferencia constante de los consumidores locales.

Más allá del consumo, Argentina es hoy el país vitivinícola más relevante de América del Sur y figura entre los diez principales del mundo. Desde la Patagonia hasta Jujuy, los diversos terruños y estilos de producción consolidan una industria que no solo es motor económico y atractivo turístico, sino también un símbolo nacional que cada año encuentra en este día una oportunidad para celebrarse.