El lugar de Mauricio Macri en la política argentina se juega en el medio de la fractura principal: entre el mileísmo y el kirchnerismo. Pero esta vez el punto de apoyo no es el “cambio” abstracto ni la denuncia de la corrupción K. La época le exige posicionamientos ideológicos y económicos..Y la política exterior de Javier Milei y el modo en que el oficialismo decidió abrazarse a Estados Unidos como eje casi exclusivo de su inserción en el mundo fue la ocasión para su primer posicionamiento en esta clave. El comentario de Macri de estos días –“China es más complementaria para la Argentina que Estados Unidos”– no es una frase aislada, es el inicio de un intento de reubicación ideológica.
El dato concreto es sencillo: tras el anuncio del nuevo marco de acuerdo comercial entre Argentina y Estados Unidos, presentado por Milei y Trump como una ratificación de la “alianza estratégica”, Macri decidió correrse medio paso. No rechazó el entendimiento, pero sí advirtió sobre el riesgo de descuidar el vínculo con Beijing, recordando que la economía china demanda alimentos y materias primas que el país puede ofrecer y que no conviene reemplazar la complementariedad concreta por una foto geopolítica. En paralelo, reivindicó que durante su gestión sostuvo la relación con China pese a las presiones de las administraciones de Barack Obama y Donald Trump, usando ese recuerdo como carta de legitimidad para hablar de realismo y no de simpatía ideológica.
Lo que Macri está ensayando ahí es un perfil de centro-derecha que intenta diferenciarse de los dos polos sin quedar flotando en el aire. Frente al kirchnerismo conserva la distancia clásica: crítica al estatismo, a la intervención económica y a la lectura “antiimperialista” que le asigna a Estados Unidos un rol casi exclusivamente depredador. Pero al mismo tiempo marca diferencias con el mileísmo: cuestiona la idea de una alineación total con Washington que reemplace la política exterior por un reflejo automático y deje a China en un lugar residual, como si la disputa global no involucrara también intereses argentinos en exportaciones, financiamiento e infraestructura.
En términos de cuadrante ideológico, Macri intenta ocupar un espacio que no es equidistante pero sí diferenciado. En el eje Estado-mercado se mantiene firme del lado de las reformas pro mercado, la disciplina fiscal y la inversión privada, a distancia del programa kirchnerista. Pero evita la idea libertaria de un Estado ausente o irrelevante: su discurso recupera la noción de un Estado que organiza reglas, gestiona relaciones internacionales, negocia acuerdos y dosifica riesgos. En el eje nacionalismo-globalismo, en cambio, se ofrece como globalista pragmático: defensor del anclaje occidental, pero dispuesto a sostener un vínculo activo con China y con Asia en general, no por simpatía política sino por cálculo económico.
La movida también habla hacia adentro de su propio espacio. El PRO vive desde hace meses en tensión entre dos almas: la que se integró sin matices al dispositivo libertario y comparte el entusiasmo por la confrontación permanente, y la que teme quedar licuada en una coalición donde las decisiones se toman en otra mesa. Cuando Macri insiste en que la relación con China no puede tirarse por la borda y que la política exterior no se reduce a una foto con Trump, está dándole argumentos a ese segundo sector: se puede respaldar parte del programa económico de Milei y, al mismo tiempo, marcar límites en cómo se ordenan las alianzas.
El problema para Macri es que ese lugar intermedio exige más que gestos. Su propio gobierno quedó asociado a un intento de apertura gradual que terminó en recesión, endeudamiento y derrota electoral; el mileísmo lo usa como ejemplo de lo que no hay que hacer, y el kirchnerismo como prueba de los costos sociales del ajuste. Para que su nuevo perfil sea algo más que una corrección de matices necesitaría traducir esta defensa del “vínculo con todos” en un programa que explique cómo se articula la relación con China, Estados Unidos y Europa con un plan de desarrollo concreto: qué sectores se priorizan, qué tipo de inversiones se buscan, qué instrumentos de protección o promoción se aceptan.
En esa tensión se juega su futuro político. Si logra que su crítica al alineamiento exclusivo de Milei con Washington se lea como una defensa madura del interés nacional –y no como un simple pase de factura– puede volver a aparecer como referencia de una derecha moderna, menos incendiaria y más profesional. Si no, corre el riesgo de quedar atrapado entre dos narrativas más fuertes: la del oficialismo libertario, que promete ir “a fondo” sin matices, y la del kirchnerismo, que se reivindica como única resistencia al ajuste. El perfil que Macri necesita construir no es solo el de un ex presidente que advierte sobre China: es el de alguien capaz de ocupar un cuadrante que hoy parece inexistente en la política argentina.