26/11/2025 - Edición Nº1023

Internacionales

El regreso del debate

Juan Carlos I reabre su propio legado: qué lugar ocupa hoy en España

24/11/2025 | Las memorias del rey emérito reactualizan viejas tensiones sobre Franco, la transición, su exilio y su vínculo con la Casa Real.



A cincuenta años de su llegada al trono, Juan Carlos I vuelve al centro de la escena pública. No es por un acto institucional ni por un regreso a España, sino por el impacto de sus memorias, donde revisa episodios clave de su relación con Francisco Franco y su papel en la apertura democrática. Las declaraciones, sumadas al aniversario de su proclamación, reactivaron un debate que España nunca terminó de cerrar: ¿cuál es hoy el lugar del rey emérito en la vida política, histórica y emocional del país?

En sus memorias, Juan Carlos I relata cómo vivió las últimas horas de Franco en noviembre de 1975. Describe una agonía larga y tensa que, según él, “ni sus peores enemigos le habían deseado”. También cuenta que el dictador le habló de la “apertura” que vendría después de su muerte, diciéndole: “Yo no puedo hacerlo, usted hará la apertura”. Con esa frase, el rey emérito sostiene que la monarquía que heredó no podía continuar bajo un modelo falangista y que su papel -según la voluntad de Franco y según él mismo asume- era guiar a España hacia un sistema distinto.


Franco formó políticamente al joven Juan Carlos y definió su rol como sucesor del régimen, una relación que hoy vuelve al debate.

La relación entre Juan Carlos I y Franco fue compleja desde el origen: fue el propio dictador quien decidió que el niño Juan Carlos creciera bajo su tutela directa, separándolo de su familia para formarlo “a su medida”. Durante años, el príncipe mantuvo con él un vínculo marcado por la obediencia y la conveniencia política. Sin embargo, ese mismo diseño terminó volviéndose contra el régimen. Cuando Franco murió, el nuevo rey heredó todos los poderes del aparato franquista, y desde esa posición -y no desde la oposición- impulsó la apertura democrática. En lo que muchos historiadores resumen como “siete días que cambiaron España”, Juan Carlos utilizó la autoridad que Franco le había otorgado para desmantelar, desde adentro, el sistema que lo había convertido en rey.


En sus primeros días de reinado, Juan Carlos I reunió a su primer Consejo de Ministros, un paso clave para iniciar la apertura política.

Juan Carlos I necesitaba asegurar que el sistema que heredaba no se le volviera en contra, y por eso su primera jugada fue obtener la lealtad explícita del Ejército, el único actor capaz de bloquear cualquier apertura democrática. Con esa garantía, pronunció un discurso de proclamación que sorprendió por su tono reformista dentro de la legalidad franquista: habló de convivencia, justicia y participación, insinuando que el país avanzaría hacia algo distinto. Luego convocó a su primer Consejo de Ministros, en el que aprobó un indulto que buscaba descomprimir tensiones políticas y enviar una señal de distensión. Y aunque aún no podía hablar de democracia en términos formales, esas decisiones -sumadas al respaldo militar- abrieron el camino para que, en los meses siguientes, se iniciara el proceso que culminaría en la reforma política y en las primeras elecciones libres de 1977.

El falangismo había sido la base ideológica del régimen de Franco: un sistema autoritario, sin pluralismo político, con un partido único y una fuerte centralización del poder. No existían elecciones libres, la oposición estaba prohibida y el Estado controlaba sindicatos, asociaciones y cualquier forma de organización social. Cuando Juan Carlos I habla de que la monarquía “no podía ser falangista”, se refiere a que no podía perpetuar ese modelo. La llamada “apertura” implicaba legalizar partidos, ampliar libertades y encaminar a España hacia una monarquía parlamentaria con instituciones democráticas.


El 22 de noviembre de 1975, Juan Carlos I fue proclamado Rey de España ante las Cortes tras la muerte de Franco.

Aquel 22 de noviembre de 1975, al asumir como Rey de España ante las Cortes, heredó todos los poderes del régimen franquista. Desde ese punto de partida, asegura, comenzó a construir la Transición. En sus memorias reivindica ese proceso con una frase que generó polémica: “¡La democracia no cayó del cielo! Es la obra de mi vida, que yo construí, con todas mis fuerzas”. Sus críticos señalan que omite el rol de partidos, movimientos sociales y consensos políticos; sus defensores recuerdan su intervención durante el intento de golpe del 23-F.

Pero el presente no es tan cómodo para el rey emérito. Fuera de España desde 2020, instalado en Abu Dabi tras las investigaciones sobre sus finanzas, su figura divide al país. Las causas fueron archivadas, pero la percepción pública quedó marcada por polémicas, fortunas opacas y una vida privada envuelta en escándalos. Cada vez que intenta volver, incluso de manera puntual, genera tensiones dentro del propio Gobierno español y debates sobre el impacto institucional de su presencia.

En contraste, Felipe VI impulsa un modelo de “monarquía profesionalizada”, más austera y con mayor énfasis en la transparencia. La ausencia de Juan Carlos I en el reciente acto oficial por los 50 años de la restauración monárquica fue leída como un gesto claro de distanciamiento. Aunque la Casa Real argumenta que el emérito no participa de actos institucionales desde su salida de España, el mensaje fue evidente: la actual Jefatura del Estado prefiere concentrarse en el futuro, no en las sombras del pasado.

Las memorias de Juan Carlos I, sin embargo, buscan precisamente lo contrario: recuperar su voz, justificar sus decisiones y reivindicar un legado que considera incompleto o tergiversado. Y ahí aparece la pregunta que vuelve cada vez que habla, escribe o regresa: ¿Qué significa Juan Carlos I en la España de hoy? Para algunos, sigue siendo el líder de la Transición. Para otros, un símbolo de privilegios y opacidad. Para la política, un terreno incómodo. Para la monarquía actual, un capítulo que debe manejarse con cuidado.


Felipe VI encabezó el acto institucional por los 50 años de la monarquía parlamentaria, sin presencia del rey emérito.

Cincuenta años después, su figura no ha perdido vigencia. Pero sí ha cambiado de lugar: ya no es protagonista del presente español, sino un recuerdo potente, discutido, contradictorio y todavía determinante a la hora de pensar cómo y por qué España llegó hasta aquí.