A sus 92 años, Katrina Esau se ha convertido en el último puente entre el presente y un pasado remoto que se remonta, quizás, a los orígenes mismos del lenguaje humano. Es la última hablante fluida del n|uu, una lengua sudafricana de chasquidos y clics cuya antigüedad es estimada por investigadores en unos 25.000 años, lo que la sitúa entre los idiomas vivos más antiguos del mundo.
Su vida estuvo marcada por la prohibición y el silenciamiento. Cuando era niña, hablar n|uu podía costarle castigos físicos, porque durante el colonialismo y más tarde bajo el apartheid, las lenguas de los pueblos khoisan eran consideradas vergonzosas, “feas” o “primitivas”. Las escuelas las expulsaron de las aulas, se prohibió usarlas en público y los niños fueron presionados a reemplazarlas por afrikáans o inglés. Aquella política de humillación sistemática no solo redujo al mínimo el número de hablantes, sino que quebró la transmisión cultural de uno de los pueblos más antiguos del sur de África.
El n|uu forma parte de la tradición lingüística del pueblo san, conocido popularmente como “bosquimano”, un grupo humano cuya presencia en la región se calcula en decenas de miles de años. Este pueblo sufrió persecuciones continuas, expulsiones de sus territorios ancestrales y prácticas de esclavitud. Más tarde, las políticas raciales sudafricanas fragmentaron aún más sus comunidades mediante desplazamientos forzados, pérdida de tierras y separación de familias. Todo esto creó un escenario en el que las lenguas san, transmitidas tradicionalmente de forma oral, quedaron vulnerables al olvido.
El idioma en sí es un relicto único. El n|uu se distingue por clics complejos, sonidos que casi no existen en otros idiomas y que exigen una precisión articulatoria extraordinaria. Su estructura y fonética lo convierten en un testimonio vivo de formas de comunicación muy antiguas, un puente hacia los primeros grupos humanos que habitaron el sur del continente. Durante generaciones, el n|uu fue la lengua de cantos, relatos, técnicas de caza y conocimientos espirituales transmitidos en pequeñas comunidades familiares que convivían con la sabana y el desierto.

La desaparición del idioma no responde a una sola causa, sino a un proceso largo que combinó violencia colonial, desplazamientos territoriales, discriminación escolar y la ausencia de políticas lingüísticas. La estigmatización hizo que muchas familias evitaran enseñar el idioma a sus hijos para protegerlos. Al perder sus tierras y mezclarse con otros grupos, la lengua dejó de sonar en la vida diaria. Con el tiempo, los hablantes se volvieron cada vez más escasos y envejecidos, hasta que solo quedó Katrina con un dominio pleno.
Frente a este panorama, esta mujer decidió no resignarse. En su casa montó una pequeña escuela donde, sentada bajo la sombra o frente a su mesa de madera, enseña a repetir los clics que definieron la identidad de su pueblo. Ha creado canciones, juegos y relatos para que los niños se familiaricen con un idioma que el mundo dio por perdido. Junto a su nieta también grabó audios, publicó un libro infantil y desarrolló una aplicación que ayuda a reconocer sonidos y palabras básicas. La pasión con la que trabaja llamó la atención del gobierno sudafricano, que la reconoció como “tesoro humano viviente”, aunque ese título no siempre viene acompañado del apoyo económico necesario para sostener un proyecto de preservación a largo plazo.

El futuro del n|uu sigue siendo delicado. La vitalidad del idioma depende de que se lo documente de manera urgente y completa, de que se formen nuevos docentes y de que el idioma encuentre un lugar en la enseñanza formal. También será fundamental que las nuevas generaciones lo incorporen no como una curiosidad lingüística, sino como una herencia viva de su identidad. Las experiencias de revitalización exitosas en otras partes del mundo muestran que incluso lenguas al borde de la extinción pueden renacer si se sostienen con continuidad y recursos.
La historia de Katrina es, en sí misma, una forma de esperanza. Contra la corriente de siglos de silenciamiento, mantuvo viva una lengua que muchos creyeron extinguida. Su determinación recuerda que incluso las culturas más vulneradas pueden encontrar caminos para resistir. Que una mujer de 92 años siga enseñando cada clic, cada chasquido y cada palabra a los niños de su comunidad demuestra que, mientras el n|uu siga sonando, aunque sea en un pequeño patio de Sudáfrica, todavía no ha sido derrotado.