La decisión de Paraguay de respaldar abiertamente la candidatura de Rafael Grossi a la Secretaría General de la ONU reconfiguró el clima diplomático regional. El gesto del presidente Santiago Peña fue interpretado como una alineación explícita con la estrategia internacional del gobierno argentino, que busca posicionar a Grossi como el representante más sólido de América Latina en un sistema multilateral en plena crisis de legitimidad. Ese apoyo temprano anticipa un ciclo de negociaciones intensas en el que cada capital regional intentará mover sus propias fichas.
La formalización de la postulación por parte de Buenos Aires, acompañada del reconocimiento inmediato de Asunción, otorgó a Grossi un impulso inicial significativo. Su trayectoria al frente del Organismo Internacional de Energía Atómica, gestionando escenarios de riesgo como Ucrania o Irán, alimenta la narrativa de un liderazgo técnico capaz de ofrecer estabilidad y autoridad en un entorno geopolítico cada vez más volátil. Pero ese posicionamiento también expone el comienzo de una disputa de fondo dentro del propio continente.
Chile se presenta como el principal contrapeso a la estrategia argentina al promover a Michelle Bachelet como alternativa con peso político y trayectoria global. La expresidenta chilena llega con el respaldo de sectores que impulsan una representación femenina al frente de la ONU, un punto que gana fuerza en el debate internacional y que podría influir en el cálculo de varios gobiernos. Bachelet, con experiencia en derechos humanos y gestión presidencial, encarna un liderazgo que privilegia la interlocución política sobre la dimensión técnica.
El avance simultáneo de Grossi y Bachelet refleja la fragmentación latinoamericana frente a una oportunidad histórica. Mientras Argentina y Paraguay promueven un perfil orientado a la seguridad internacional, Chile moviliza una narrativa centrada en la renovación institucional y la legitimación democrática del organismo. La coexistencia de estas candidaturas, lejos de converger en un frente unificado, evidencia un continente que compite consigo mismo en lugar de articular una propuesta conjunta.
Solamente hasta marzo, los chilenos habrán pagado 54 millones de pesos para la campaña de Bachelet en la ONU. ¿Gasto necesario? pic.twitter.com/OH3kqfKBCA
— 🇨🇱 𝐂𝐑𝐈𝐒𝐓𝐈𝐀́𝐍 𝐀𝐑𝐀𝐘𝐀 - DIPUTADO (@cristian_arayal) November 18, 2025
La multiplicación de aspirantes latinoamericanos, sumada a otras figuras como Rebeca Grynspan, abre interrogantes sobre la capacidad de la región para construir consensos estratégicos. En vez de consolidar una voz común, los gobiernos parecen priorizar apuestas nacionales que podrían diluir la influencia regional en la elección de 2026. Este escenario favorece a potencias extrarregionales, que usualmente aprovechan la dispersión para orientar el proceso según sus propios intereses.
🗣️ "SI SOY ELEGIDO VOY A TRABAJAR PARA QUE LA ONU VUELVA A COOPERAR EN LAS GUERRAS"
— Radio Rivadavia (@Rivadavia630) November 27, 2025
📌 Rafael Grossi, candidato a Secretario General de la ONU, dialogó con @Cris_noticias sobre su postulación, y refirió: "Me verían en el terreno, sumando millas".
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Más allá de la competencia inmediata, la contienda revela dos modelos de liderazgo y dos visiones sobre el rol de América Latina en el orden global. La pregunta central es si prevalecerá la búsqueda de un liderazgo con autoridad técnica en contextos de crisis o si se impondrá la demanda internacional por una conducción más representativa e inclusiva. La definición de esa tensión determinará no solo quién ocupará la Secretaría General, sino también cómo se reposicionará la región en la arquitectura multilateral.