Cada 1° de diciembre el mundo se toma un momento para mirar de frente una de las epidemias más significativas de las últimas décadas: el VIH/Sida. La efeméride nació en 1988, impulsada por la ONU y la Organización Mundial de la Salud, con la intención de visibilizar la situación sanitaria, promover políticas públicas efectivas y, sobre todo, luchar contra la desinformación que históricamente rodeó al virus.
Un punto clave que la fecha ayuda a aclarar es la diferencia entre tener VIH y tener sida. VIH positivo significa que la persona vive con el virus de inmunodeficiencia humana. Con tratamiento, puede llevar una vida saludable, mantener la carga viral indetectable y no transmitir el virus. Sida, en cambio, es la etapa avanzada de la infección: ocurre cuando el sistema inmunológico está gravemente debilitado por no haber recibido tratamiento o haberlo iniciado muy tarde. Son dos conceptos diferentes, y confundirlos alimenta estigmas que ya deberían estar archivados.

El Día Mundial del Sida funciona como un recordatorio incómodo pero necesario. Aunque los avances médicos son enormes -desde los tratamientos antirretrovirales que permiten una vida plena hasta el concepto de indetectable = intransmisible- la desigualdad en el acceso a la salud sigue siendo un muro para muchas comunidades. En distintas regiones del planeta, el diagnóstico tardío continúa siendo una barrera crítica.
La jornada también busca actualizar la conversación sobre prevención. Las pruebas rápidas, el uso del preservativo, la profilaxis preexposición (PrEP) y la profilaxis postexposición (PEP) forman parte de la caja de herramientas disponibles para reducir nuevos contagios. La ciencia hizo su parte: hoy la prevención es diversa, accesible y práctica; lo que falta, muchas veces, es información clara y sostenida.
Otro eje central es el combate contra el estigma. El virus no discrimina, pero la sociedad sí. Personas viviendo con VIH siguen enfrentando prejuicios laborales, sociales y afectivos que nada tienen que ver con la evidencia científica. La efeméride presiona para desarmar ese cúmulo de mitos y miedo que acompaña al VIH desde los años 80.
La fecha, en definitiva, no se limita a recordar una tragedia sanitaria: también celebra una historia de resistencia social, investigación científica y políticas que, cuando se aplican con convicción, cambian vidas. Cada nuevo Día Mundial del Sida invita a mantener la agenda activa y a sostener el compromiso para que el futuro deje de escribir capítulos de desigualdad y empiece a sumar victorias sostenidas en prevención y derechos.