El deterioro del mercado laboral se ha convertido en un rasgo persistente tanto en Chile como en Argentina. En el caso chileno, las cifras recientes muestran que el desempleo continúa por encima del 8%, mientras la informalidad se mantiene en torno al 26%. Aunque los indicadores a veces parecen mejorar marginalmente, el problema de fondo permanece: la mayor parte del empleo creado en los últimos años corresponde a trabajos precarios, inestables o insuficientes para sostener ingresos adecuados.
En Argentina, ese patrón adquiere una intensidad mayor. La informalidad roza la mitad de la fuerza laboral, la pérdida de empleo registrado supera las centenas de miles y el salario real acumula caídas profundas. La consecuencia es un mercado laboral que genera ocupación, pero de baja calidad, mientras la población activa enfrenta un escenario de vulnerabilidad creciente. Esta similitud estructural con Chile revela un desafío regional más amplio.
En ambos países, el deterioro del empleo formal responde a una combinación de bajo crecimiento, inversión debilitada y transformaciones tecnológicas que reducen la demanda de trabajo tradicional. Chile experimenta una expansión de ocupaciones con jornadas parciales o ingresos insuficientes, mientras Argentina vive un retroceso directo del empleo formal. En los dos casos, la informalidad funciona como válvula de escape para absorber a quienes no encuentran alternativas en el mercado regulado.
Otra convergencia clave es la caída del poder adquisitivo. En Chile, la persistencia del subempleo limita el ascenso salarial, y en Argentina el salario mínimo acumula pérdidas históricas que repercuten en toda la estructura remunerativa. El resultado final es similar: una fuerza laboral que trabaja más, gana menos y opera con menor protección social, afectando el consumo y la cohesión económica.
Los gobiernos que asuman en ambos países enfrentarán presiones simultáneas: mejorar la calidad del empleo, atraer inversiones y reformar normativas laborales que hoy no responden a la realidad productiva. No será suficiente corregir indicadores coyunturales; será necesario intervenir en las raíces del problema. Esto incluye revisar regulaciones, promover reconversión laboral y alinear la formación técnica con las exigencias del mercado.

La comparación también muestra que sin políticas sostenidas, la precarización se convierte en una trampa que limita cualquier estrategia de desarrollo. Tanto en Chile como en Argentina, reconstruir el mercado laboral exigirá acuerdos amplios, programas estables y la capacidad de sostener reformas más allá de los ciclos políticos. Solo así se podrá revertir una tendencia que amenaza con consolidarse como el nuevo estado permanente del empleo regional.