Hace cinco años, Martin Lorentz pasaba sus jornadas entre maderas calcinadas, polvo en suspensión y un silencio que todavía conservaba el eco del incendio que conmovió al mundo. Era uno de los jóvenes carpinteros que trabajaban en la reconstrucción de la emblemática techumbre de roble de Notre Dame de París. Este octubre volvió a cruzar sus puertas, aunque no como obrero: lo hizo vestido de novio.

Lorentz, formado en técnicas tradicionales transmitidas por los antiguos “compagnons”, se unió al proyecto de restauración apenas meses después del siniestro. Su tarea consistió en ayudar a reproducir la histórica estructura medieval que sostenía la cubierta, un trabajo minucioso que demandó jornadas heladas, cálculos milimétricos y un compromiso que convirtió a los artesanos en protagonistas del renacimiento del monumento. Para él, como para muchos de sus compañeros, la catedral dejó de ser un ícono distante para convertirse en un segundo hogar.
Notre Dame arrastra casi nueve siglos de historia y simboliza la identidad cultural de Francia. Fue testigo de coronaciones, funerales de Estado y episodios que marcaron la vida europea. El incendio de abril de 2019 derrumbó su aguja, destruyó la mayor parte de la techumbre y puso en riesgo su estabilidad. La promesa de devolverla a la vida dio origen a un proyecto monumental que convocó a dos mil personas y cientos de especialistas decididos a reconstruirla tal como era durante la Edad Media. En diciembre de 2024 reabrió sus puertas al público, cerrando un capítulo doloroso y abriendo uno profundamente simbólico.
Ese simbolismo se hizo visible nuevamente cuando Martin Lorentz recibió un permiso excepcional del arzobispo de París, Laurent Ulrich, para celebrar su boda dentro del templo, algo que no ocurría desde hacía tres décadas. Notre Dame no funciona como parroquia habitual y los casamientos privados no están autorizados, pero su papel decisivo en la restauración motivó que se hiciera una excepción.

La ceremonia estuvo a cargo del rector de la catedral, Olivier Ribadeau Dumas, y reunió a unos quinientos invitados, entre ellos muchos de los artesanos con los que Lorentz compartió años de trabajo. A la salida, varios de ellos formaron un pasillo de honor levantando sus herramientas de carpintería, una escena que emocionó incluso a los visitantes que se encontraban en el lugar y aplaudieron espontáneamente.

Para quienes participaron en la reconstrucción, la boda simboliza algo más que un gesto romántico. Representa el cierre de un ciclo, la evidencia de que la catedral no solo fue restaurada como edificio, sino también como espacio vivo. Que el primer matrimonio celebrado en décadas sea el de un trabajador que dedicó su vida reciente a salvarla convierte la historia en un homenaje a la labor artesanal que permitió recuperar uno de los monumentos más importantes del mundo.