La llegada de más de 10,2 millones de turistas entre enero y noviembre confirma que República Dominicana atraviesa uno de los ciclos de expansión más robustos de su historia reciente. El incremento interanual evidencia una demanda sólida, impulsada por la recuperación global del sector y por la capacidad del país para mantener conectividad, infraestructura y servicios competitivos. El dato consolida una tendencia que ya había marcado 2023 y 2024, y que ahora encuentra un nuevo techo en 2025.
Este desempeño también se explica por la diversificación del origen de los visitantes, que reduce la dependencia histórica de Estados Unidos y Canadá. Aunque ambos continúan liderando la emisión, el crecimiento de llegadas desde América Latina, especialmente Argentina y Colombia, aporta mayor resiliencia. A ello se suma el auge del turismo marítimo, con un flujo de cruceristas que alcanza niveles sin precedentes y amplía la capacidad del país para captar demanda de segmentos distintos.
El incremento sostenido de visitantes por vía aérea sigue situando al aeropuerto de Punta Cana como el principal punto de entrada, reforzando su papel como infraestructura estratégica para el modelo turístico nacional. La presión sobre la capacidad hotelera, las rutas internas y los servicios asociados exige una planificación más fina, ya que la expansión constante eleva los márgenes de exigencia operativa. La complementariedad con los puertos turísticos permite, sin embargo, descongestionar parte del sistema durante los meses de mayor demanda.
El dinamismo del turismo de cruceros se convierte en un eje adicional para sostener el crecimiento. La mejora de terminales y la ampliación de rutas han multiplicado la llegada de visitantes que permanecen cortos periodos en el país, pero dejan un volumen considerable de consumo inmediato. Esta combinación de mercados amplía la base de ingresos y mitiga, en cierta medida, los riesgos derivados de alteraciones en la demanda aérea, especialmente en temporadas de volatilidad internacional.

La aceleración del turismo obliga a revisar la sostenibilidad del modelo, tanto en infraestructura como en impacto social y ambiental. Las autoridades enfrentan el reto de equilibrar la expansión con estándares de calidad que eviten la saturación de destinos consolidados y promuevan un desarrollo territorial más equilibrado. Nuevas zonas como Pedernales o Miches emergen como laboratorios para medir la capacidad del país para planificar crecimiento sin comprometer su atractivo natural.

A mediano plazo, la clave será mantener un ritmo de inversiones que acompañe la evolución de la demanda, especialmente en transporte interno, saneamiento y diversificación de la oferta. La posibilidad de cerrar 2025 con cifras históricas refuerza un posicionamiento competitivo que, no obstante, seguirá dependiendo de la estabilidad económica global y de la capacidad institucional para sostener políticas turísticas coherentes y de largo plazo.