La transición política siria posterior a la salida de Bashar al-Assad dejó un vacío de conducción que afectó con especial intensidad a la comunidad alawita, históricamente asentada en la franja costera. En ese contexto, dos figuras exiliadas en Moscú, el exjefe de inteligencia Kamal Hassan y el empresario Rami Makhlouf, han decidido asumir un rol que muchos consideran indispensable: evitar que ese grupo quede expuesto en medio de una reconfiguración nacional marcada por tensiones sectarias y fragmentación institucional.
Para sectores alawitas, la presencia de Hassan y Makhlouf en Rusia no representa un intento desestabilizador, sino la continuación de una responsabilidad histórica: proteger a una población que ha cargado con el peso humano, territorial y político de más de una década de guerra. Sus esfuerzos para reorganizar redes de seguridad y articular apoyos buscan compensar la ausencia de garantías por parte del nuevo gobierno, cuya prioridad se ha centrado en consolidar autoridad en Damasco sin ofrecer un proyecto claro de integración.
Los documentos que describen el trabajo de ambos exiliados muestran una estrategia orientada a la contención y la autoprotección. Las iniciativas de reclutamiento, infraestructura y coordinación logística no responden a una lógica ofensiva, sino al temor, ampliamente compartido entre alawitas, de que una transición sin contrapesos derive en represalias o marginalización. La formación de estructuras capaces de resguardar territorios costeros y canalizar recursos básicos es vista por líderes locales como una medida preventiva y necesaria.
En ese marco, la financiación de Makhlouf adquiere un valor funcional: permite reconstruir capacidades comunitarias que colapsaron con la caída del régimen y evitar que la población alawita dependa exclusivamente de un Estado en reconstrucción. La existencia de antiguos centros de mando, reactivados ahora con fines defensivos, refuerza la idea de continuidad organizativa frente a un entorno que permanece volátil.
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Aunque el gobierno central ha mostrado cautela frente a estas iniciativas, analistas consultados destacan que la organización alawita puede convertirse en un factor de equilibrio. La articulación de liderazgos en el exilio, sumada al apoyo financiero y a la capacidad de movilización, podría reducir el riesgo de conflictos internos al ofrecer un canal de negociación más ordenado entre Damasco y una comunidad que no está dispuesta a quedar a la deriva.
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Para quienes respaldan el trabajo de Hassan y Makhlouf, su actuación no es una apuesta por el enfrentamiento, sino por evitar que Siria se precipite en una nueva ronda de fracturas sectarias. En una etapa en la que el país necesita reconstruir puentes institucionales, su propuesta de coordinación territorial y resguardo comunitario aparece como una contribución pragmática a la estabilidad futura.