Hablar de Jafar Panahi es hablar de resistencia. Es un cineasta que sigue filmando aunque su Estado le tenga prohibido hacer películas, dar entrevistas o ingresar a Irán, incluso después de haber sido condenado en ausencia a un año de prisión y dos años sin poder viajar por supuesta “propaganda contra el sistema”.
Panahi igual filma. Filma escondido, con equipos chicos, en locaciones ocultas. Esa clandestinidad no es solo un dato de producción: se siente en cada escena. Hay una tensión que nace fuera de cámara pero atraviesa toda la película, una energía rara, contenida, que define su mística. Entender ese contexto no es accesorio: es clave para comprender la intensidad y el aura enigmática de Fue solo un accidente.

La película arranca con un hecho sencillo: un choque, un auto abollado, un herido. Un accidente aparentemente trivial. Pero esto enciende una sospecha: ¿y si ese desconocido está ligado al trauma más brutal del protagonista?
El personaje -interpretado con una fragilidad devastadora por Vahid Mobasseri- empieza a entrar en un espiral emocional donde sus recuerdos más traumáticos vuelven con mucho dolor. Panahi no explica: insinúa. Y uno, como espectador, entra en ese mismo estado de duda y amenaza. Lo que empieza como una leve intriga se transforma en un retrato íntimo del terror político. Sin darnos cuenta, empezamos a conectar con experiencias que conocemos demasiado bien: silencios, miradas que evitan decir, heridas que el Estado dejó en la piel de generaciones.
La película habla de tortura, dictadura y represión estatal sin mostrarlo explícitamente. Fue solo un accidente expone a la memoria como una cicatriz que no termina de cerrar.
Aunque la historia es iraní, su eco es global. En nuestra región, esas sensaciones son reconocibles: la desconfianza, la sombra del pasado, el cuerpo que recuerda incluso cuando uno prefiere olvidar.
Panahi filma esa densidad con maestría: encuadres que parecen contener un peligro fuera de campo, gestos mínimos que dicen lo que nadie se atreve a poner en palabras.
El final es una lección de cine. Panahi fija la cámara en un solo punto -quieta, inmóvil- para crear una escena no apta para cardiacos. La claustrofobia que genera ese encuadre es impresionante: parece que el aire dejó de estar.
Para darle mayor poder visual, la única luz proviene de los faros de un auto, y con eso solo Panahi logra belleza en un momento de caos. La tensión es insoportable, pero hipnótica: no nos deja pestañear. Todo estalla desde lo emocional. Es uno de esos típicos finales que -hasta el último segundo- te dejan paralizado.
Haber ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes no es casualidad: es la confirmación de que Fue solo un accidente es una de las películas del año y una seria candidata en la temporada de premios. Es la seleccionada por Francia para los Premios Oscar 2026.
Es cine urgente, humano y político. Una joya que nace de la clandestinidad y termina cruzando todas las fronteras. La película confirma que, incluso prohibido, Panahi sigue siendo uno de los directores más libres y necesarios del cine contemporáneo.