El 7 de diciembre de 1941 quedó inscrito como uno de los episodios más determinantes del siglo XX. Esa mañana, la Armada Imperial Japonesa lanzó un ataque sorpresa contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawái, con el objetivo de neutralizar a la Flota del Pacífico. La ofensiva, que comenzó a las 7:48 a.m., tomó desprevenidas a las defensas de Estados Unidos y abrió una crisis estratégica de proporciones globales.
La operación japonesa se ejecutó con 353 aviones provenientes de seis portaaviones, una señal del nivel de planificación y capacidad logística alcanzado por Tokio en su expansión militar. En menos de dos horas, los bombarderos y torpederos dejaron un saldo devastador: ocho acorazados dañados, cuatro de ellos hundidos, decenas de embarcaciones afectadas y una aviación prácticamente inutilizada. El ataque mató a más de 2.400 estadounidenses y dejó más de mil heridos.
Japón buscaba impedir que Estados Unidos interfiriera en su avance por el Sudeste Asiático, región que consideraba estratégica para asegurar recursos y expandir su dominio. Las crecientes tensiones por sanciones económicas y el apoyo estadounidense a China habían deteriorado las relaciones diplomáticas, lo que llevó a Tokio a apostar por un golpe contundente que alterara el balance militar. El cálculo japonés asumía que Washington optaría por una negociación antes que por una guerra abierta.
Sin embargo, la magnitud del ataque generó el efecto contrario. El presidente Franklin D. Roosevelt calificó el 7 de diciembre como “una fecha que vivirá en la infamia” y, al día siguiente, el Congreso declaró la guerra a Japón. La entrada de Estados Unidos en el conflicto no solo transformó el curso de la Segunda Guerra Mundial, sino que reconfiguró el equilibrio global, consolidando el liderazgo militar y económico estadounidense.

La ofensiva de Pearl Harbor aceleró la movilización total de la industria y la sociedad estadounidense, permitiendo un salto en la capacidad bélica del país. En el teatro del Pacífico, Washington emprendió una campaña prolongada que culminó en 1945 con la rendición de Japón. En paralelo, la presencia estadounidense en Europa reforzó la resistencia aliada frente a la Alemania nazi.

El ataque también impulsó cambios internos, algunos de ellos polémicos. La sospecha sobre ciudadanos de origen japonés derivó en internamientos masivos ordenados por el Gobierno, una política que décadas después sería reconocida como una violación de derechos civiles. A nivel internacional, Pearl Harbor reforzó la idea de que el aislamiento estadounidense era insostenible ante amenazas globales.

Ocho décadas después, Pearl Harbor continúa siendo un símbolo de vulnerabilidad y resiliencia. El USS Arizona, uno de los acorazados hundidos, se convirtió en un memorial visitado cada año por millones de personas. El episodio marcó el comienzo del ascenso definitivo de Estados Unidos como potencia mundial y dejó lecciones sobre inteligencia, preparación y estrategia que todavía influyen en el diseño de la defensa contemporánea.