El 7 de diciembre de 43 a. C., Marco Tulio Cicerón, el orador más célebre de Roma y uno de los últimos defensores de la República, fue interceptado por soldados enviados por Marco Antonio. A sus 63 años, el senador había pasado meses huyendo, convencido de que el nuevo triunvirato —formado por Antonio, Octavio y Lépido— no toleraría su figura ni su influencia política. Su muerte, brutal y calculada, representó mucho más que una venganza personal: fue la consagración de un nuevo orden basado en la violencia y la proscripción.
Cicerón había dedicado los años previos a combatir el ascenso de Antonio, al que consideraba una amenaza para las instituciones republicanas. Sus célebres Filípicas, una serie de discursos implacables, minaron la reputación pública del general y lo convirtieron en su enemigo declarado. Pero cuando Octavio decidió pactar con Antonio para repartirse el poder, Cicerón quedó sin aliados y su destino quedó sellado. La lista de proscritos, que autorizaba ejecuciones sin juicio, lo colocó como uno de los primeros objetivos.
Ese día, Cicerón intentó escapar hacia el mar desde su villa en Formiae, buscando embarcarse hacia un exilio incierto. La litera en la que viajaba fue alcanzada por un grupo de soldados comandados por Herennius, un centurión cuya lealtad a Antonio dejaba poco margen para la clemencia. Según las crónicas, Cicerón no opuso resistencia: pidió a sus esclavos detenerse y ofreció el cuello al verdugo, consciente de que su vida había quedado subordinada a un cálculo político mayor.
El trato posterior a su cadáver reveló la intención de enviar un mensaje a toda Roma. Los asesinos cortaron su cabeza y sus manos, símbolos del pensamiento y la oratoria que habían desafiado a Antonio. Las piezas fueron llevadas al Foro y expuestas en la tribuna de oradores, un acto de humillación pública que buscaba anular no solo al hombre, sino la influencia moral de su palabra. Fulvia, esposa de Antonio, habría ordenado ultrajar su lengua, un gesto cargado de venganza contra quien había moldeado la opinión pública con su elocuencia.
"Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros" (Marco Tulio Cicerón, 106 AC-43 AC). pic.twitter.com/Mc0xAeWzGw
— El Orden Mundial (@elOrdenMundial) June 6, 2017
Su muerte coincidió con el colapso definitivo del modelo republicano. La alianza entre Octavio y Antonio garantizaba un poder concentrado y militarizado, diametralmente opuesto al equilibrio institucional que Cicerón había defendido durante décadas. Aunque su visión de un Senado fuerte y un poder ejecutivo limitado no logró imponerse, su figura se transformó en símbolo de resistencia intelectual frente al autoritarismo. Las proscripciones, que eliminaron a cientos de opositores, marcaron para muchos el punto sin retorno hacia el futuro Imperio.
#UnDíaComoHoy 43 a. C.: muere Marco Tulio #Cicerón, filósofo y estadista romano (n. 106 a. C.). pic.twitter.com/Gqq5FIsAOD
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En los siglos posteriores, la obra filosófica y retórica de Cicerón perduró mucho más allá del destino trágico de su cuerpo. Humanistas del Renacimiento y pensadores modernos lo reivindicaron como puente entre la política y la ética. Su asesinato, sin embargo, permanece como un recordatorio de la fragilidad de los sistemas políticos ante la ambición desmedida y la violencia. El fin de Cicerón fue también el fin de una época: una Roma que ya no volvería a debatir con palabras lo que pronto decidiría con ejércitos.