El Museo del Louvre de París, uno de los centros culturales más emblemáticos del mundo, vuelve a estar en el centro de la preocupación internacional. Esta vez el motivo es una fuga de agua que dañó entre 300 y 400 libros del departamento de antigüedades egipcias. Aunque las autoridades afirmaron que no se trataba de piezas irreemplazables, el episodio profundiza un patrón de fallas que se acumula desde hace meses y que afecta tanto a las colecciones como al funcionamiento interno del museo.
El Louvre arrastra problemas propios de una estructura que combina arquitectura medieval, ampliaciones renacentistas y renovaciones del siglo XX. Durante este año se registraron fluctuaciones de temperatura, filtraciones reiteradas y un deterioro generalizado que afecta áreas sensibles. En noviembre incluso se cerró temporalmente una galería entera al detectarse fragilidad en vigas estructurales, lo que obligó a reubicar oficinas y reforzar controles. Todo esto ocurre en el museo más visitado del planeta, que necesita una infraestructura acorde a su relevancia cultural y a la cantidad de visitantes que recibe cada día.
El episodio llega en un momento especialmente crítico. Semanas antes, una banda logró ingresar al museo durante el día y robar joyas históricas en pocos minutos. Esa intrusión reveló fallas de seguridad, entre ellas la falta de cobertura total de cámaras en salas clave y sistemas de alarma que requieren modernización profunda. Luego del robo, un informe oficial expuso que el plan integral para reforzar la seguridad y renovar estructuras tardará varios años en completarse. También se señaló que durante demasiado tiempo se priorizaron presupuestos destinados a nuevas adquisiciones y proyectos de expansión, mientras que el mantenimiento básico quedaba relegado.
Los libros dañados pertenecían a la biblioteca de antigüedades egipcias, un espacio esencial para investigadores, restauradores y especialistas. Muchos de esos volúmenes datan del siglo XIX y principios del siglo XX y forman parte de la documentación histórica que acompaña la colección egipcia más importante fuera de Egipto. Aunque algunos podrán restaurarse, otros ya presentan deterioro irreversible. La pérdida no afecta solo al Louvre, sino también a la comunidad científica que se apoya en ese material para su trabajo cotidiano.

La colección egipcia del museo es una de las más admiradas del Louvre. Abarca más de cinco mil años de historia y reúne esculturas, sarcófagos, relieves, objetos de culto, amuletos, papiros y piezas monumentales. El departamento fue creado en el siglo XIX tras el impulso de los estudios que permitieron descifrar los jeroglíficos. Con semejante relevancia, la filtración en su biblioteca, un problema que los trabajadores habrían advertido desde hace años, despierta preocupación renovada sobre la capacidad del museo para proteger sus obras y su archivo documental.
El Louvre ya anunció que las reparaciones estructurales en la zona afectada recién se realizarán en 2026. Esta obra forma parte de un programa global de modernización que se extenderá durante casi toda la década. Sin embargo, especialistas y trabajadores advierten que los plazos son demasiado largos para una institución que recibe millones de visitantes cada año y resguarda piezas únicas del patrimonio universal. La sucesión de incidentes, entre ellos robos, cierres preventivos y fallas estructurales, refuerza la sensación de que el museo atraviesa un momento crítico.

La filtración en la biblioteca egipcia no es un accidente aislado. Es la señal más reciente de un gigante cultural que necesita una estrategia urgente, inversiones sostenidas y decisiones de gestión que prioricen la conservación. El Louvre, símbolo del patrimonio mundial, enfrenta una paradoja incómoda: alberga tesoros que sobrevivieron milenios, pero hoy su propio edificio exige cuidados inmediatos para poder protegerlos.