En el corazón del cantón de Schwyz funciona la Stoosbahn, el funicular más empinado del planeta y uno de los accesos esenciales al pequeño pueblo de Stoos, una aldea completamente libre de vehículos. Su diseño futurista y su capacidad para operar durante todo el año la transformaron en una de las obras de ingeniería más llamativas de Suiza.
La idea de conectar Stoos con el valle surgió a comienzos del siglo veinte. En ese momento, la comunidad vivía aislada durante los meses fríos y dependía de caminos abruptos que se volvían intransitables con nieve. La primera línea, inaugurada en mil novecientos treinta y cinco, fue una solución tecnológica para garantizar suministros, atención médica y la llegada de trabajadores y turistas. Con el tiempo, la infraestructura quedó desactualizada frente al crecimiento del turismo alpino y a las demandas de transporte seguro en zonas de montaña.
La modernización comenzó a planificarse a inicios del nuevo siglo. El desafío era crear un sistema que superara un desnivel extremo sin comprometer la estabilidad ni la comodidad de los pasajeros. Tras años de estudios geológicos y pruebas mecánicas, se eligió un diseño innovador con cabinas cilíndricas capaces de rotar automáticamente. El objetivo era mantener siempre el piso horizontal, incluso en pendientes que llegan al ciento diez por ciento, lo que convierte al recorrido en una experiencia casi vertical.
La obra, que demandó una inversión millonaria y una construcción compleja sobre laderas expuestas a avalanchas, fue inaugurada en dos mil diecisiete. Desde entonces, se convirtió en un ejemplo de ingeniería alpina moderna y en un símbolo del modo en que Suiza prioriza el transporte público en zonas remotas.

Hoy la Stoosbahn transporta a miles de personas por hora a lo largo de sus mil setecientos metros de recorrido y cubre un desnivel superior a los setecientos cuarenta metros en pocos minutos. El trayecto ofrece vistas del valle, los bosques nevados y las crestas que rodean el lago de los Cuatro Cantones, lo que añade atractivo al viaje.
El pueblo de Stoos, además de su tranquilidad característica, es la puerta de entrada a una de las zonas de esquí más apreciadas de la región. En verano, los visitantes recorren la cresta entre Klingenstock y Fronalpstock, considerada una de las caminatas más hermosas de Europa. Por eso, para muchos turistas, el viaje en el funicular es tan memorable como las actividades que los esperan en la cima.