Para comprender la importancia del Marquesado de Baux, hay que viajar a los orígenes mismos de la nobleza europea. En lo alto de un promontorio rocoso del sur de Francia, Les Baux-de-Provence emergió como un señorío destacado desde el siglo X. Sus gobernantes, los señores de Les Baux, construyeron una red de alianzas en la región de Provenza y dominaron durante siglos extensas áreas de los Alpes y el Mediterráneo.
El linaje se convirtió en uno de los más influyentes de la nobleza provenzal, con una reputación reforzada por una tradición única: afirmaban descender del rey mago Baltasar, lo que explicaba su emblema característico, una estrella de plata que evocaba la Estrella de Belén. Esta mezcla de poder político, mitología familiar y simbolismo religioso dio al señorío un aura excepcional en la Edad Media.
El poder de los Les Baux comenzó a declinar hacia el final del siglo XV, cuando la región quedó bajo control de la Casa de Anjou y, posteriormente, de la Corona francesa. Para entonces, el señorío ya había perdido gran parte de su influencia militar y territorial, pero su nombre seguía teniendo peso dentro de la estructura nobiliaria de Francia.
Cuando Les Baux pasó a dominio real, el territorio se transformó en un título honorífico: un marquesado asociado a la antigua fortaleza pero sin funciones administrativas. Este cambio marcó el inicio de una etapa en la que el valor del título dejó de ser territorial para convertirse en estrictamente simbólico.

La conexión con los Grimaldi nació en 1642, en un contexto dominado por tensiones políticas europeas. Mónaco había sido ocupado por fuerzas españolas, y la posición del pequeño Principado era estratégica para el control del Mediterráneo occidental. En ese escenario, el Príncipe Honoré II selló una alianza clave con el rey Luis XIII de Francia, permitiendo el despliegue de tropas francesas que expulsaron a los ocupantes.
Como gesto de agradecimiento, el rey otorgó dos títulos vinculados a antiguos territorios históricos:
El Marquesado de Baux, destinado al heredero varón.
El Condado de Carladès, reservado para la heredera femenina.
Así nació una tradición dinástica que atraviesa cuatro siglos y que simboliza el reconocimiento francés a Mónaco como aliado político y militar.
El primer titular grimaldi del marquesado fue Ercole de Mónaco, hijo de Honoré II. Aunque falleció joven y nunca llegó a heredar el trono, su posición estableció la práctica de asociar el título al heredero aparente del Principado. Desde entonces, todos los futuros soberanos lo llevaron durante su juventud.

La transmisión del título también evidencia la particularidad de la Casa Grimaldi: una familia que sobrevivió a invasiones, guerras y cambios políticos gracias a su capacidad de tejer alianzas duraderas, primero con Génova, luego con Francia y finalmente como Estado independiente reconocido internacionalmente.
Durante el siglo XX, el marquesado fue portado por figuras centrales de la historia moderna del Principado. Rainiero III lo llevó antes de convertirse en príncipe y lo mismo ocurrió con Alberto II. Esta continuidad permitió que, a pesar del paso del tiempo, el título permaneciera como un símbolo visible del futuro de la monarquía.
Incluso después de que la administración francesa de Les Baux se consolidara definitivamente, el vínculo ceremonial entre el pueblo provenzal y la familia monegasca se mantuvo. Les Baux conserva hoy un reconocimiento formal hacia el heredero de Mónaco, y su nombre aparece en registros protocolares locales cuando nace un nuevo marqués.
El actual titular del marquesado es el Príncipe Heredero Jacques Honoré Rainier, quien acaba de cumplir 11 años. Desde su nacimiento lleva el título, que funciona como una señal temprana de su rol dentro del futuro del Principado.

Para la familia Grimaldi, el Marquesado de Baux es parte del proceso de formación institucional de cada heredero. Durante su crecimiento, Jacques aprende sobre las tradiciones soberanas, los vínculos históricos que dieron forma a Mónaco y el papel ceremonial que desempeñará cuando llegue al trono. El título es el primer paso de esa preparación.
En un continente donde muchas casas reales perdieron poder o desaparecieron, Mónaco conserva un equilibrio singular entre tradición y modernidad. El Marquesado de Baux es muestra de ello: no otorga territorios ni privilegios políticos, pero es un componente esencial de la identidad dinástica.
Su continuidad atraviesa casi mil años de historia desde la Provenza medieval hasta el presente, uniendo a Mónaco con un pasado que trasciende al propio Principado. Más que un título, es una pieza del relato cultural que sostiene la legitimidad de los Grimaldi como una de las casas soberanas más antiguas de Europa.