La salida de Luis Juez del bloque del PRO en el Senado y su decisión de armar un monobloque del Frente Cívico asociado al interbloque de La Libertad Avanza terminó de achicar la bancada amarilla en la Cámara alta. Con su mudanza al espacio libertario, el oficialismo pasa a contar con 21 senadores y se consolida como segunda minoría, mientras que el PRO queda reducido a apenas tres bancas: Martín Goerling, María Victoria Huala y Andrea Cristina.
Juez explicó el movimiento como un “traslado” de la alianza que ya tiene con Milei en Córdoba al plano nacional y lo presentó como un gesto de coherencia territorial, pero el efecto político es otro: un nuevo dirigente relevante que abandona la camiseta amarilla para alinearse, de hecho, con el oficialismo libertario. Desde la jefatura del bloque de La Libertad Avanza, Patricia Bullrich celebró su incorporación como la de “un hombre de convicciones firmes”, mientras las versiones en el Senado apuntan a que el cordobés también piensa en una candidatura a gobernador bajo sello mileísta en 2027.
El episodio expone la dificultad estructural del PRO para encontrar un lugar propio en el sistema de partidos actual. El espacio que nació como eje del anti-kirchnerismo hoy se ve comprimido entre un oficialismo de derecha que ocupa el centro de la escena y un peronismo que, aunque golpeado, sigue siendo la principal oposición territorial. En ese contexto, el partido creado por Macri se convirtió cada vez más en proveedor de cuadros para Milei: economistas como José Luis Espert, dirigentes históricos como Laura Rodríguez Machado o figuras cercanas al macrismo como Alejandro Fargosi terminaron integrados de lleno a La Libertad Avanza.
Desde adentro intentan leer el achique como una ventaja. Goerling repite que “quedamos pocos, pero claves” y destaca que con tres senadores y una docena de diputados el PRO conserva alrededor del 4 % de cada Cámara, suficiente –según esa mirada– para negociar reformas y aparecer como bisagra en votaciones sensibles. Pero el dato duro es que cada fuga agranda la sensación de que el partido ya no es un polo sino un apéndice: ni oposición plena ni oficialismo declarado, atrapado en una franja intermedia cada vez más estrecha.
El salto de Juez, después de haber presidido el bloque y de haberse distanciado de la estrategia de Macri, funciona como síntoma más que como anécdota. El PRO se sigue achicando en bancas, en volumen y, sobre todo, en capacidad de ofrecer un proyecto diferenciado frente al mileísmo. La pregunta que deja este movimiento no es solo cuántos senadores le quedan, sino cuánto tiempo puede sostenerse como partido nacional antes de convertirse, definitivamente, en una marca suelta dentro del dispositivo del gobierno.