La caída de Nankín el 13 de diciembre de 1937 representó mucho más que un episodio militar dentro de la Segunda Guerra Sino-Japonesa. La ciudad, entonces capital de la República de China, se convirtió en el escenario de una ruptura absoluta de las normas de la guerra, con consecuencias humanas que aún hoy condicionan la relación entre China y Japón. La retirada del gobierno nacionalista y de gran parte de las fuerzas chinas dejó a cientos de miles de civiles expuestos a una ocupación sin control efectivo.
La entrada de las tropas japonesas se produjo tras semanas de avance desde Shanghái, en un contexto de exaltación militarista y deshumanización del enemigo. Nankín, densamente poblada y con miles de refugiados internos, fue rápidamente desbordada por el caos. Lo que siguió no fue un exceso aislado, sino una secuencia de actos violentos que revelaron una lógica sistemática de terror y castigo colectivo, aplicada sobre una población indefensa.
Durante las semanas posteriores a la ocupación, la ciudad fue sometida a ejecuciones masivas, violaciones generalizadas y saqueos indiscriminados. Civiles, prisioneros de guerra y personas que intentaban huir fueron asesinados en fosas comunes o a orillas del río Yangtsé. La violencia sexual alcanzó una escala extrema, afectando a mujeres de todas las edades y convirtiéndose en un instrumento de dominación y humillación social.
La ausencia de sanciones inmediatas y la permisividad de mandos militares facilitaron la expansión de estos crímenes. Testimonios de diplomáticos, misioneros y residentes extranjeros documentaron el colapso total del orden civil. La creación de la Zona de Seguridad de Nankín, impulsada por un reducido grupo de extranjeros, logró salvar decenas de miles de vidas, pero no pudo frenar una dinámica de violencia que se extendió durante semanas.
El 13 de diciembre de 1937, las tropas imperiales japonesas capturaron la entonces capital china; lo que siguió durante las seis semanas siguientes se conoce como la Masacre de Nankín, a veces también llamada “La Violación de Nankín”.👇 https://t.co/Ag0GE2Xjjs
— Trinidad González (@Marini_112) November 28, 2025
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, algunos responsables fueron juzgados por crímenes de guerra, aunque muchos quedaron fuera de los procesos judiciales. La Masacre de Nankín se consolidó como un símbolo de las limitaciones de la justicia internacional frente a atrocidades masivas, y como un punto de quiebre en la memoria histórica de Asia Oriental. Las cifras de víctimas, estimadas entre cientos de miles, siguen siendo objeto de debate, pero no alteran la magnitud del horror.
Fotografía de Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda con sus espadas. En 1937, durante la Masacre de Nanjing,los oficiales japoneses Toshiaki Mukai y Takeshi Noda se retaron a una competición sobre quién podía matar antes a 100 personas con su espada. Los periódicos japoneses cubrieron⬇️ pic.twitter.com/MYwE192FPr
— El Gran Capitán - Historia Militar (@farolo) December 12, 2025
En el plano político y diplomático, el recuerdo de Nankín continúa siendo un factor sensible. Mientras China lo incorpora como eje central de su narrativa histórica y educativa, sectores de la sociedad japonesa han oscilado entre el reconocimiento parcial y el negacionismo. Esa tensión revela que Nankín no es solo un episodio del pasado, sino una herida abierta en la construcción de la memoria global sobre la guerra, la responsabilidad y la violencia extrema.