La orden de la Superintendencia General de Valores (Sugeval) al Banco de Costa Rica (BCR) para que realice aportes adicionales de capital a su sociedad administradora de fondos no es un episodio aislado, sino el reflejo de una relación tensa entre el regulador y una de las principales entidades financieras públicas del país. El caso del Parque Empresarial del Pacífico (PEP) se ha transformado en un símbolo de cómo una operación inmobiliaria cuestionada puede escalar hacia un problema sistémico de confianza y supervisión.
Más allá de las cifras, la intervención de Sugeval pone sobre la mesa el rol del Estado como propietario y garante indirecto del BCR. La discusión ya no se limita a una compra específica, sino a la capacidad institucional para anticipar riesgos, corregir errores y proteger a los inversionistas cuando una decisión estratégica compromete recursos relevantes del sistema financiero.
La adquisición del Parque Empresarial del Pacífico por parte de un fondo administrado por BCR SAFI, a un valor muy superior al de transacciones previas del mismo activo, activó alarmas dentro y fuera del mercado. Para Sugeval, la operación evidenció debilidades en los procesos de valoración y control interno, lo que justificó la exigencia de un refuerzo patrimonial que funcione como colchón ante eventuales pérdidas.
Desde la óptica del regulador, la orden de capitalización no es una sanción política, sino una herramienta preventiva. El objetivo declarado es blindar a los inversionistas del fondo y asegurar que la administradora cuente con respaldo suficiente para enfrentar contingencias, aun cuando el banco haya cuestionado la medida y recurrido a instancias judiciales para intentar frenarla.

El conflicto entre Sugeval y el BCR deja una lección incómoda para la banca estatal: la autonomía operativa no exime del escrutinio riguroso. Cuando una entidad pública administra fondos de terceros, su margen de error se reduce y la tolerancia regulatoria se vuelve mínima, especialmente en un contexto de alta sensibilidad social respecto al uso de recursos financieros.

A mediano plazo, el caso podría acelerar cambios en los estándares de gobernanza y en la relación entre bancos públicos y supervisores. La exigencia de capital adicional marca un precedente que refuerza la idea de que la estabilidad del sistema y la protección del ahorrante prevalecen sobre consideraciones políticas o corporativas, incluso cuando el protagonista es un banco del Estado.