Nunca en su historia reciente la Unión Cívica Radical tuvo un bloque tan reducido en la Cámara de Diputados. Tras las últimas elecciones y una sangría de dirigentes hacia otros espacios, el radicalismo quedó con apenas seis diputados nacionales, un récord negativo que expone con crudeza la crisis de identidad y conducción del partido.
El dato no solo refleja un mal desempeño electoral. También evidencia un proceso de fragmentación política que se profundizó en los últimos años, con legisladores que abandonaron el bloque para sumarse a La Libertad Avanza, a espacios federales o directamente armar monobloques para negociar con mayor autonomía.
La anomalía alcanza incluso a la cúpula partidaria. Martín Lousteau, presidente saliente de la UCR, renovó su banca en el Senado pero no integra el bloque radical: juró por Provincias Unidas, el nuevo armado federal que también absorbió a varios gobernadores y legisladores de origen radical.
Esa decisión arrastró consecuencias directas. Los gobernadores Gustavo Valdés (Corrientes) y Maximiliano Pullaro (Santa Fe) también se referencian en Provincias Unidas, por lo que los diputados que responden a ellos quedaron fuera del bloque UCR. Lo mismo ocurrió en provincias donde el radicalismo compitió directamente dentro de listas libertarias, como Mendoza, Chaco y Entre Ríos.
El resultado es un mapa de dispersión total. Entre los llamados “radicales con peluca”, los opositores duros, los federales y los que optaron por alianzas tácticas, el partido perdió volumen, coherencia y capacidad de negociación propia. Para dimensionar el derrumbe: hasta ahora, el peor registro del siglo había sido en 2007, cuando la UCR contaba con 24 diputados. Hoy tiene apenas seis.
Los sobrevivientes eligieron como jefa de bloque a la mendocina Pamela Verasay y resolvieron armar un interbloque con el PRO, otro espacio que también quedó seriamente debilitado. El objetivo es evitar el aislamiento total y conservar alguna capacidad de incidencia en la Cámara Baja.
El movimiento revive, de manera tenue, la lógica de Juntos por el Cambio, aunque sin estructura nacional, sin liderazgo claro y con un peso parlamentario muy lejos del que supo tener. Más que una estrategia de reconstrucción, aparece como un intento defensivo para no desaparecer del radar legislativo.
Así, el radicalismo enfrenta uno de los momentos más críticos de su historia parlamentaria. Con representación mínima, dirigencia partida y sin una identidad común frente al gobierno de Javier Milei, la UCR quedó atrapada entre la supervivencia institucional y el riesgo concreto de convertirse en un actor marginal del Congreso.