La princesa Ana, segunda hija de la reina Isabel II, estuvo más cerca de un Premio Nobel de la Paz de lo que muchos imaginan. En 1990 fue propuesta por instituciones académicas y organizaciones humanitarias gracias a su trabajo constante en defensa de la infancia, especialmente a través de Save the Children, organización de la que es presidenta desde 1970.
Su candidatura quedó eclipsada por la figura que finalmente recibió el premio ese año, pero la nominación existió y revela un capítulo clave en la historia moderna de la familia real británica.
A finales de los años ochenta, Save the Children atravesaba una expansión global decisiva. La princesa Ana impulsó programas de emergencia en regiones profundamente afectadas por conflictos o hambrunas. Su presencia en terreno, algo poco habitual para figuras de la realeza, se volvió una marca personal de su trabajo.

Entre los proyectos que ganaron peso internacional se encontraban las campañas de asistencia en Etiopía durante la hambruna de 1984 y 1985, el apoyo a civiles en el Líbano en plena guerra, la ayuda humanitaria en Afganistán tras la retirada soviética y la intervención en Sudán y Somalia durante crisis prolongadas. La combinación de impacto mediático, recaudación de fondos y presencia directa en zonas de riesgo llevó a que su nombre apareciera entre las propuestas al Nobel.
Aunque el premio fue otorgado a Mijaíl Gorbachov por su rol en el fin de la Guerra Fría, la candidatura de Ana quedó registrada en los archivos noruegos como parte del proceso de ese año.
Las nominaciones a los Premios Nobel permanecen selladas durante cincuenta años, lo que limita el acceso a información oficial. Sin embargo, biografías de la princesa y estudios sobre la historia de Save the Children comenzaron a revelar detalles sobre el apoyo que recibió para el galardón. La difusión fue más lenta porque no formó parte de los anuncios públicos ni de las campañas mediáticas del momento.
Con el paso del tiempo, este dato se transformó en un elemento destacado de su imagen pública, asociado a su dedicación profesional y a su reputación como una de las integrantes más trabajadoras de la Corona.

Más de medio siglo después de asumir la presidencia de Save the Children, la princesa Ana continúa activa dentro de la organización. Participa en proyectos educativos, campañas de vacunación, programas contra la malnutrición y acciones de respuesta rápida ante desastres naturales. También apoya iniciativas de protección para niños desplazados por conflictos armados.
Su agenda anual sigue siendo una de las más exigentes dentro de la familia real y se la reconoce por mantener una línea de trabajo discreta pero constante, alejada de la exposición mediática que suelen tener otros miembros de la realeza.
La nominación al Nobel de la Paz no solo reconoce su labor en un contexto histórico complejo, sino que también evidencia el impacto de las figuras que actúan desde roles institucionales para apoyar causas humanitarias. En el caso de Ana, su trayectoria demuestra cómo la influencia de la monarquía puede orientarse hacia proyectos de transformación social con resultados de largo plazo.