El 15 de diciembre de 1983, a solo cinco días de asumir la presidencia, Raúl Alfonsín firmó el decreto que dio origen a la CONADEP. El país salía de siete años de dictadura cívico-militar y arrastraba miles de desapariciones, centros clandestinos de detención y un silencio impuesto a fuerza de miedo. La comisión nació con una misión clara y urgente: investigar las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado entre 1976 y 1983.
La CONADEP no fue un tribunal ni tuvo facultades judiciales, pero su valor estuvo en otro lado: recopilar testimonios, ordenar información dispersa y poner nombre y apellido a lo que muchos negaban. Estuvo integrada por personalidades de distintos ámbitos -entre ellos Ernesto Sabato, Magdalena Ruiz Guiñazú y Graciela Fernández Meijide-, una señal política fuerte en un contexto donde la impunidad todavía parecía una opción tentadora para algunos sectores.
Durante nueve meses, la comisión recibió miles de denuncias de familiares y sobrevivientes. El resultado fue demoledor: el registro de 8.961 personas desaparecidas y la identificación de más de 300 centros clandestinos de detención. Ese trabajo se plasmó en el informe Nunca Más, presentado en septiembre de 1984. El libro se convirtió en un documento clave de la historia argentina y en un símbolo internacional de la lucha por los derechos humanos.

Otra arista central de la CONADEP fue su impacto judicial. Aunque no juzgó, su informe sirvió como prueba fundamental para el Juicio a las Juntas de 1985. Sin ese relevamiento sistemático, la histórica condena a los máximos responsables del terrorismo de Estado habría sido, como mínimo, mucho más difícil. La comisión actuó como puente entre la memoria social y la justicia institucional.
A más de cuatro décadas de su creación, la CONADEP sigue siendo un hito de la democracia argentina. No resolvió todo -ninguna comisión puede hacerlo-, pero marcó un punto de no retorno: el Estado investigándose a sí mismo por crímenes atroces. En tiempos donde la historia se relativiza con liviandad, recordar la CONADEP es recordar que la verdad no fue gratis, ni automática, ni cómoda. Fue una decisión política. Y también un acto de coraje colectivo.