La guerra sumó un capítulo inesperado en el mar Caspio, una región históricamente alejada del frente. En menos de una semana, Ucrania lanzó tres ataques consecutivos con drones de largo alcance contra plataformas petroleras rusas, en un movimiento que apunta directamente a los ingresos que sostienen la maquinaria militar del Kremlin.
El objetivo más reciente fue la plataforma Korchagin, un complejo offshore operado por una de las mayores compañías de energía de Rusia. El impacto obligó a detener la producción, generando preocupación en Moscú por la vulnerabilidad de sus activos petroleros incluso en zonas consideradas seguras.
La zona atacada se encuentra a más de 700 kilómetros de territorio ucraniano, lo que exhibe una capacidad de alcance que Ucrania perfeccionó en el último año. El uso de drones autónomos, navegación satelital y cargas explosivas ligeras pero precisas le permitió a Kiev trasladar la guerra hacia la economía rusa, sin desplegar tropas en áreas remotas.
Hasta ahora, los ataques ucranianos contra infraestructuras energéticas se concentraban en refinerías, depósitos y plantas de procesamiento. Llevarlos al Caspio marca una escalada cualitativa: por primera vez, Ucrania golpea instalaciones marítimas alejadas del frente y difíciles de defender.
Las plataformas petroleras rusas del Caspio forman parte de una red clave de extracción y exportación de crudo. Aunque esta región no es la principal fuente energética de Rusia, sí aporta una fracción significativa de petróleo marítimo que fluye hacia mercados europeos y asiáticos.
Interrumpir esa producción tiene tres efectos directos:
Rusia depende fuertemente de los ingresos energéticos para financiar el gasto militar. Atacar plataformas marítimas:
Reduce la producción.
Obliga a desviar recursos para reparaciones.
Incrementa costos operativos y de seguridad.
Ucrania demuestra que puede alcanzar infraestructura estratégica más allá de las líneas tradicionales de combate, enviando un mensaje tanto a Moscú como a sus aliados occidentales: su industria militar doméstica está logrando avances propios.
Los ataques se producen en un momento en el que:
Las conversaciones internacionales sobre el conflicto están estancadas.
Occidente discute nuevas ayudas militares.
Rusia busca reforzar alianzas energéticas con Asia Central.
Golpear la infraestructura del Caspio complica la narrativa rusa de estabilidad regional, especialmente porque ese mar es compartido con Irán, Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán.
El área donde se ubican las plataformas Korchagin y otras estructuras energéticas rusas.Expertos advierten que la continuidad de estos ataques podría abrir nuevos escenarios:
Rusia podría militarizar aún más el Caspio, una región donde tradicionalmente mantiene una presencia naval acotada.
Moscú podría reforzar defensas antiaéreas navales, costosas y difíciles de operar en mar abierto.
Si las interrupciones de producción se acumulan, los mercados globales podrían reaccionar con subas temporales de los precios del crudo.
Por ahora, Rusia intenta minimizar el impacto económico, pero la repetición de ataques muestra que Ucrania identifica claramente al sector energético como un objetivo estratégico prioritario.

El bombardeo a la plataforma Korchagin sintetiza el giro que Ucrania viene impulsando desde mediados de 2025: trasladar parte de la guerra a la infraestructura que sostiene el poderío ruso. La lógica es simple pero contundente: reducir la capacidad económica de Moscú para sostener un conflicto prolongado.
Con estas operaciones en el mar Caspio, Kiev amplía el mapa del conflicto y reconfigura la idea de “zona segura” para los activos energéticos rusos. Lo que antes era intocable, ahora está al alcance.