La Casa Blanca volvió a convertirse en escenario de una controversia política, esta vez a través de un gesto simbólico. La instalación de placas explicativas bajo los retratos de expresidentes en el llamado Paseo de la Fama Presidencial introdujo una lectura abiertamente partidaria de la historia reciente de Estados Unidos. Lo que tradicionalmente funcionaba como un espacio de memoria institucional pasó a reflejar una narrativa política activa, alineada con la visión del actual mandatario.
Las nuevas placas no se limitan a contextualizar los mandatos anteriores, sino que incorporan valoraciones explícitas, críticas severas y, en algunos casos, acusaciones controvertidas. Presidentes demócratas como Joe Biden y Barack Obama son retratados con descripciones negativas, mientras que figuras republicanas reciben evaluaciones más indulgentes o elogiosas. Esta asimetría convirtió a la galería en un elemento más de la confrontación política que atraviesa a Washington.
El Paseo de la Fama Presidencial, ubicado en uno de los pasillos que conectan el Ala Oeste con la residencia oficial, fue concebido como un recorrido histórico por las distintas administraciones. La incorporación de placas con lenguaje político explícito altera ese objetivo original y plantea una pregunta central: quién tiene la potestad de definir el relato oficial de la historia presidencial mientras ejerce el poder.
En el caso de Joe Biden, la ausencia de un retrato convencional y su reemplazo por la imagen de un bolígrafo automático refuerza el tono provocador de la iniciativa. En otros casos, como el de Barack Obama o Bill Clinton, las placas destacan episodios polémicos y los integran a una lectura que prioriza el conflicto por sobre el balance histórico. La decisión no solo interpela a los opositores, sino también a sectores que consideran que la Casa Blanca debería preservar una distancia institucional frente a disputas partidarias.
Han puesto unas placas con la descripción de cada uno de los presidentes en el “Presidential Walk of Fame” de la Casa Blanca — “el dormilón Joe Biden fue de lejos el peor presidente en la historia de Estados Unidos” dice bajo el “autopen” de Biden. pic.twitter.com/pvgZofto5r
— Juan Camilo Merlano (@JuanCMerlano) December 17, 2025
El episodio expone una tensión recurrente en la política estadounidense: el uso de símbolos estatales como herramientas de afirmación ideológica. Al intervenir un espacio oficial con juicios personales, el Ejecutivo amplía su influencia más allá de la gestión cotidiana y avanza sobre la construcción de la memoria pública. Para críticos de la medida, se trata de una forma de revisionismo político que erosiona la neutralidad institucional.
🔴 Trump le pone su "toque personal" al Paseo Presidencial de la Fama en la Casa Blanca e instala placas con insultos y críticas a exmandatarios.
— Luis Alberto Medina (@elalbertomedina) December 18, 2025
Desde Joe Biden, Barack Obama, Bill Clinton y hasta George Bush, @realDonaldTrump puso mensajes subjetivos, críticas e insultos a sus… pic.twitter.com/5aSVR4jeOq
Más allá de la polémica inmediata, la decisión anticipa un debate de mayor alcance sobre los límites del poder presidencial. La disputa por las placas no es solo estética ni anecdótica: refleja una lucha por el control del relato histórico y por la definición de qué legado se transmite desde el corazón mismo del poder estadounidense. En ese sentido, la controversia en la Casa Blanca trasciende a Donald Trump y se inscribe en una discusión más amplia sobre memoria, autoridad y democracia.