En un escenario político marcado por la polarización y la desconfianza, la reunión entre el presidente electo José Antonio Kast y el exmandatario Eduardo Frei Ruiz-Tagle constituye una señal relevante de madurez democrática. Más allá de las lecturas partidarias, el encuentro representa un gesto de continuidad institucional y de respeto por la experiencia acumulada en la conducción del Estado, un activo escaso en el debate público contemporáneo.
El diálogo, promovido como una instancia republicana, pone en valor una tradición política chilena que durante décadas permitió transiciones ordenadas y acuerdos básicos sobre gobernabilidad, estabilidad macroeconómica y política exterior. En ese marco, la disposición de Kast a escuchar a un expresidente de signo distinto refuerza la idea de un liderazgo consciente de la necesidad de ampliar consensos en una sociedad fragmentada.
Lejos de un respaldo político explícito, la reunión debe leerse como un reconocimiento al rol de los expresidentes como fuentes de experiencia estratégica. Frei, con trayectoria en procesos de modernización económica e inserción internacional, aporta una mirada que trasciende coyunturas electorales. El intercambio sugiere una apertura al diálogo transversal, condición indispensable para enfrentar desafíos estructurales como seguridad, crecimiento y cohesión social.
Este tipo de gestos también envía una señal hacia actores económicos y sociales que demandan previsibilidad. En un contexto regional e internacional incierto, la imagen de un presidente electo dispuesto a dialogar con referentes históricos refuerza expectativas de estabilidad institucional y continuidad en políticas de Estado fundamentales para el desarrollo.

La reunión entre Kast y Frei no diluye identidades ni borra diferencias programáticas, pero sí marca un estándar de convivencia democrática. Gobernar implica escuchar incluso a quienes no comparten el mismo proyecto ideológico, y ese ejercicio fortalece la legitimidad del poder ejecutivo entrante.

En tiempos donde la confrontación suele reemplazar al debate, el gesto adquiere valor político propio. Más que una anécdota, el encuentro proyecta una señal de gobernabilidad que puede contribuir a recomponer confianzas internas y externas, un requisito clave para que Chile recupere estabilidad y proyección en el mediano plazo.