La Legislatura bonaerense transita semanas de vacío institucional silencioso en uno de los engranajes más sensibles del poder provincial: la línea de reemplazos entre el Ejecutivo y el Senado.
Tras el recambio del 10 de diciembre, cuatro vicepresidencias del Senado finalizaron su mandato, mientras que solo una continúa formalmente vigente, la que ocupa Carlos Kikuchi. La definición de nuevas autoridades recién está prevista para la sesión preparatoria de fines de febrero, un plazo que abre una zona gris con implicancias políticas concretas.
La centralidad que adquiere Carlos Kikuchi en este escenario no es solo reglamentaria, sino también política. Kikuchi fue uno de los armadores originales de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, con un rol clave en la etapa de expansión territorial que acompañó el crecimiento nacional de Javier Milei. En ese proceso, trabajó en sintonía con el núcleo duro del mileísmo, particularmente con Karina Milei y la diputada porteña Pilar Ramírez, dos figuras centrales en la arquitectura política del espacio.
Sin embargo, tras su jura como senador bonaerense, Kikuchi fue tomando distancia del esquema orgánico de La Libertad Avanza. Las diferencias en el armado legislativo y en la estrategia parlamentaria derivaron en su salida del bloque libertario y en la conformación de un espacio propio de perfil dialoguista, junto a otros dirigentes que optaron por una relación más pragmática con el oficialismo provincial y los distintos sectores del Senado.
Ese recorrido explica, en parte, la incomodidad política que genera su eventual protagonismo institucional. No se trata solo de un senador que podría quedar en la línea de reemplazo por una coyuntura reglamentaria, sino de un dirigente con pasado en el corazón del mileísmo y presente autónomo, capaz de ocupar un rol clave en un momento de indefinición interna del peronismo bonaerense.
El punto de partida está en la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, que establece que ante ausencia, enfermedad o suspensión del gobernador, el Poder Ejecutivo es ejercido por el vicegobernador. En ese mismo artículo, la Carta Magna dispone que el vicepresidente del Senado debe reemplazar al vicegobernador cuando éste asume el Ejecutivo. El esquema funciona como una cadena institucional automática, diseñada para evitar acefalías.
El interrogante surge cuando esa cadena queda incompleta. Si Axel Kicillof se ausenta de la Provincia —por viaje oficial, licencia o una contingencia médica— la vicegobernadora Verónica Magario debería asumir la Gobernación. En ese escenario, alguien debe ocupar de manera transitoria la Vicegobernación. Y es ahí donde el nombre de Kikuchi queda ubicado en el centro del tablero.
El Reglamento Interno del Senado bonaerense establece que, en ausencia de la vicegobernadora, la presidencia del cuerpo es ejercida por los vicepresidentes “en el orden en que fueron nombrados”. Sin embargo, con varias vicepresidencias vencidas desde diciembre y sin una sesión que haya reordenado formalmente esos cargos, Kikuchi aparece como el único vicepresidente con mandato vigente, lo que lo deja, de hecho, como la autoridad operativa disponible hasta que se resuelva el recambio.
Desde el punto de vista político, la demora no es casual. El oficialismo aún no cerró acuerdos internos para distribuir las vicepresidencias del Senado, cargos que funcionan como piezas clave de control parlamentario. Esa indefinición, que en otros momentos hubiera sido apenas administrativa, hoy adquiere otro peso: impacta directamente en la línea sucesoria del Ejecutivo provincial.
El escenario no implica una acefalía inmediata, pero sí una situación de vulnerabilidad institucional latente. Mientras no se realice la sesión de autoridades prevista para fines de febrero, la Provincia queda expuesta a un esquema transitorio donde un senador libertario dialoguista podría quedar, aunque sea por horas o días, en una posición institucional de máxima relevancia si se activa el mecanismo constitucional de reemplazo.
La discusión, por ahora, se mantiene en voz baja en los pasillos del Senado. Pero el calendario corre y la pregunta queda planteada: ¿puede la Provincia permitirse llegar a marzo sin cerrar una línea sucesoria clara? La sesión de febrero no solo ordenará cargos; también cerrará —o no— un vacío que hoy deja abierta una hipótesis incómoda para el oficialismo bonaerense