En Milán, considerada durante décadas el motor económico de Italia, la pobreza dejó de ser un fenómeno marginal. Desde las primeras horas de la mañana, largas filas se forman frente a los centros de distribución de la ONG Pane Quotidiano, donde más de 400 personas esperan cada día para recibir pan y alimentos básicos. La escena, que en el pasado estaba asociada a situaciones excepcionales, se volvió parte del paisaje cotidiano de la ciudad.
Según datos de la organización, en lo que va de 2025 se registraron más de 1,45 millones de solicitudes de ayuda. La cifra no solo marca un récord, sino que refleja un cambio profundo en el perfil de quienes recurren a la asistencia alimentaria. Ya no se trata únicamente de personas en situación de calle: trabajadores con empleo formal, jubilados con ingresos mínimos, familias con hijos y estudiantes aparecen cada vez con más frecuencia entre quienes hacen fila.
Pane Quotidiano fue fundada en 1898 y durante más de un siglo asistió a los sectores más vulnerables. Hoy, sus responsables advierten que el trabajo dejó de ser una garantía para cubrir los gastos esenciales. El aumento sostenido del costo de vida en Milán, impulsado por alquileres en máximos históricos, subas en alimentos y energía y salarios que crecieron por debajo de la inflación, empujó a miles de hogares a buscar ayuda para poder alimentarse.
Milán es actualmente la ciudad más cara de Italia y el impacto de esa presión económica se siente con fuerza en los sectores medios. Las pensiones perdieron poder de compra y muchas familias destinan una porción cada vez mayor de sus ingresos al alquiler, dejando a la comida como una de las pocas variables ajustables. En ese contexto, la ayuda de las organizaciones sociales se volvió un recurso estable y no un apoyo de emergencia.
En los últimos años, el costo de vida creció a un ritmo muy superior al del resto del país. El precio de los alquileres se disparó, especialmente en barrios bien conectados por transporte público, donde muchas familias destinan más de la mitad de sus ingresos mensuales a la vivienda. A esto se suma el avance del alquiler temporario ligado al turismo y a grandes eventos, que redujo la oferta de contratos permanentes y empujó los valores al alza.

El encarecimiento no se limita a la vivienda. Los alimentos básicos registraron subas constantes, al igual que la energía y el transporte, lo que redujo de manera directa la capacidad de compra de salarios y pensiones. Para muchos hogares, cubrir gastos fijos implica resignar consumo esencial, y la comida se convirtió en uno de los rubros más afectados.
Este escenario golpea con fuerza a los sectores medios, tradicionalmente alejados de la asistencia social. Profesionales jóvenes, trabajadores independientes y familias con ingresos estables comenzaron a recurrir a organizaciones solidarias para complementar su alimentación, una situación que hasta hace pocos años resultaba impensada en la capital económica de Italia.

Las más de 1,45 millones de solicitudes registradas este año no representan solo personas distintas, sino también pedidos repetidos, lo que muestra una dependencia prolongada de la asistencia. En los días de mayor demanda, los centros de distribución llegan a atender a miles de personas en una sola jornada, con voluntarios que reconocen que los recursos disponibles están cada vez más exigidos.
Aunque el caso de Milán es el más visible, organizaciones sociales advierten que situaciones similares se repiten en otras grandes ciudades italianas, donde aumentan las filas en comedores y bancos de alimentos. Para los especialistas, el dato más preocupante no es solo la magnitud del fenómeno, sino su alcance social: en la capital financiera del país, pedir comida dejó de ser un último recurso y pasó a formar parte de la estrategia de supervivencia de muchos hogares.