La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner calificó hoy de “barbarie antiperonista” al bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955, con el objetivo de derrocar al Gobierno nacional asesinando al entonces presidente Juan Domingo Perón.

A 66 años del bombardeo de la Aviación Naval y parte de la Fuerza Aérea sobre la Casa Rosada y Plaza de Mayo, al dejar caer cerca de 14 toneladas de bombas que dejaron más de 350 muertos y 2.000 heridos, la vicepresidenta Cristina Kirchner se sumó a los mensajes que recuerdan ese hecho en las redes sociales y publicó en su cuenta de Twitter un material audiovisual documental, acompañado de la leyenda: Histórico testimonio gráfico de la barbarie antiperonista”.

El video, de casi 2 minutos, es un nuevo material realizado con inteligencia artificial que recupera imágenes filmadas en 1955 y fotografías de ese día y compagina un documento histórico a color del ataque militar sobre la población civil y los edificios nacionales, ya que los objetivos eran la Casa de Gobierno, la CGT y la residencia presidencial.

En el material audiovisual se recuerda que el ataque fue al mediodía y estuvo impulsado por sectores antiperonistas que “llevaron a cabo un violento golpe de Estado”.

34 aviones ametrallaron y arrojaron 13 toneladas de bombas sobre la Plaza de Mayo. La primera bomba cayó sobre un trolebús lleno de niños que visitaban la capital”, se afirma en el video, que además sostiene que “el fanatismo político y religioso traen consigo derramamiento de sangre”.

El video concluye con la imagen de un cuadro de Perón y Eva Perón quemándose y la leyenda: “El objetivo era eliminar al presidente Juan Domingo Perón”.

El oscuro recuerdo

El propósito del alzamiento era matar a Juan Domingo Perón, pero se desató una masacre que marcó el inicio de la violencia política que envolvió al país hasta bien entrados los años setenta, y que quedó finalmente impune.

Un año antes, el peronismo había triunfado en elecciones generales que se celebraron para elegir vicepresidente para cubrir la vacante que se había generado en el cargo tras la muerte de Hortensio Quijano.

En verdad, el Gobierno pretendía conseguir respaldo popular ante un frente opositor creciente compuesto por la Iglesia católica, la Sociedad Rural, y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, principalmente la Marina.

A pesar del contexto de crisis económica, el peronismo se había empeñado en mantener la distribución del ingreso beneficiosa para los asalariados. Los trabajadores conservaban un 53 % de participación en el PBI, una cifra única en la historia de América latina, y esto hacía que los sectores empresarios sumaran sus voces al descontento ante el rol protagónico que jugaba la CGT en la economía nacional.

El 20 de mayo de 1955, se convocó a una Convención Constituyente con el propósito de declarar un Estado laico, y esa puja con el sector eclesial les dio a los militares golpistas la excusa para poner en marcha la conjura.

En abril del 55, unos 200 mil católicos se movilizaron a Plaza Mayo en el marco de la celebración de Corpus Christi, un hecho político que entusiasmó a los golpistas y convenció hasta el más indeciso de que se podía derrocar al “tirano”.

Durante la concentración, un grupo, que jamás resultó identificado, quemó una bandera argentina, y el Gobierno decidió que la insignia patria fuese “desagraviada” con una parada militar en Plaza de Mayo, el día 16 de junio.

El cielo se oscureció ante la presencia de 40 aviones de la Aviación naval y de la Fuerza Aérea que comenzaron a dejar caer bombas sobre la repleta Plaza de Mayo y la Casa Rosada.

Perón se refugió en los subsuelos del edificio Libertador y consiguió de esta forma salvar su vida, mientras, en las calles, la CGT movilizaba columnas a la Plaza y los sediciosos realizaban tres oleadas más de bombardeos.

El bombardeo cesó a las 17.40 y los atacantes huyeron a Uruguay, donde fueron recibidos por el presidente Luis Batlle, que les concedió asilo político.

Las tropas del Ejército que permanecían leales a Perón sofocaron el levantamiento por la tarde, cercando a los alzados en el Ministerio de Marina, que se rindieron, lo que implicó el fracaso del golpe.

En la noche, Perón pronunció un discurso pacificador, e instruyó la formación de un consejo de guerra para los golpistas. Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío: Eduardo Emilio Massera, que integraría en 1976, en calidad de almirante, la junta militar que perpetró el genocidio.

Finalmente, el 16 de septiembre, los golpistas se imponían tras días de enfrentamientos y Perón partía a un exilio .

La autodenominada Revolución Libertadora tomó el poder; proscribió al peronismo y comenzó a ejercer una dura represión hacia los trabajadores, que alcanzó su clímax durante los fusilamientos de 1956.