Su llegada a Buenos Aires causó una verdadera conmosión.

Son las 6, 30 de la mañana del jueves 25 de julio en el aeropuerto de Ezeiza. El vuelo que trae a Daniele De Rossi, nuevo refuerzo de Boca, acaba de tocar suelo argentino. Un nutrido grupo de cámaras de distintos medios tratan de organizarse para tener las primeras imágenes del jugador en el país. Damián, encargado de prensa del plantel xeneize les recuerda a todos que, por disposición reciente del club, las nuevas incorporaciones no harán declaraciones hasta tanto hayan firmado el contrato. Todos los periodistas, por lo menos los de los medios deportivos, lo saben y lo aceptan. Pero hoy no están solos en la cobertura. También están los canales de noticias, de aire y de cable, y hasta algunos programas de espectáculos que no están convencidos de acatar el pedido.

También, desde cerca de las cinco de la mañana empezaron a acercarse al aeropuerto algunos hinchas de Boca. Cuando le preguntamos a un grupito de jóvenes si valía la pena levantarse tan temprano para ver un par de minutos a la nueva adquisición, responden que, como están de vacaciones se juntaron en la casa de uno y “siguieron de largo” sin dormir para llegar a Ezeiza. Claro, uno extraña esa juventud sin tantas responsabilidades, en la que junto con amigos cualquier plan se convirtiría con los años en recuerdo divertido. Y más si a los amigos los une la pasión de seguir a un mismo equipo. Cantan, saltan, contagian, y a uno le da vergüenza sentir sueño y cansancio viendo tanta energía. Ya habrá tiempo para dormir.

Pasan los minutos y la gente que se junta supera el centenar. Los medios logran organizarse y se aprestan a grabar las imágenes apenas se abran las puertas automáticas de la salida derecha y aparezca De Rossi. Pero de repente, pasadas las 7 de la mañana, con una fuerte presencia de la policía aeroportuaria y los miembros de la seguridad de Boca, sale por una puerta lateral izquierda. Y se produce el desbande. Del público, que quiere no solo verlo sino, de ser posible sacarse una selfie, y de la prensa que abandonó toda compostura para no perderse la imagen del jugador italiano. Ya no hay reglas. La policía y la seguridad forman una especie de scrum con De Rossi en el medio, y avanzan empujando todo lo que tienen adelante. Simpatizantes, cronistas que desoyen el pedido de Boca e intentan obtener alguna palabra del barbado Daniele, y cámaras que obtienen sus imágenes caminando para atrás haciendo equilibrio sin ver donde pisan. Inexplicablemente el scrum se dirige al sector mostradores de check in del aeropuerto, donde se encuentran esos cordones de cinta que suelen ordenar las hileras de gente, y éstos comienzan a caer, enredando con las cintas a algunos camarógrafos que no los ven por caminar hacia atrás, haciéndolos caer con sus cámaras y produciendo una especie de efecto dominó que provoca más caídas.

Entretanto De Rossi avanza sonriendo, asombrado de que todo lo que sucede a su alrededor sea producto de su presencia. Es un futbolista pero algún distraído podría pensar que es un rock star. Su cabeza rapada y su larga barba roja de vikingo potencian la confusión. Y no está mal el asombro de De Rossi. El creía que sabía lo que era la pasión del hincha argentino. Porque se lo habían contado, o lo había visto por televisión. Pero no es su culpa. Él en realidad no sabía. Porque había que vivirlo, y para eso vino, esa experiencia buscaba el jugador que sabe ser ídolo de una hinchada como la de la Roma. Y la gente de Boca parece haberse puesto de acuerdo en explicarle de entrada que ellos son los más pasionales dentro de esta pasión.

Ezeiza, hoy por la mañana, durante la llegada de Danielle De Rossi al país.

De todas formas hay cosas que no se pueden explicar. Muchos de esos jóvenes y no tan jóvenes hinchas apenas si vieron algunas imágenes del jugador que ayer cumplió 36 años. Saben que fue campeón del mundo con Italia en Alemania 2006, también de su carrera de 18 años en la Roma, el club italiano al que le fue siempre fiel y del cual fue capitán luego del retiro de Totti. Pero vieron casi nada de su juego. Y aún así lo adoran. Lo reciben agradeciendo que a la distancia manifestara en reiteradas oportunidades sus ganas de ponerse la camiseta de Boca y que, siendo un jugador consagrado, haya decido cruzar el Atlántico en sentido contrario de la corriente futbolera que se lleva a los jugadores de Argentina a Europa, para cumplir su sueño. Aunque solo sea por seis meses.

De Rossi es una explosión. Las cámaras los siguieron durante todo el día. A la revisión médica, al hotel, a Casa Amarilla, etc. Lo siguieron casi en silencio, respetando el pedido del club de no hacerlo hablar hasta que ponga su firma en el contrato. Al parecer la presentación, que iba a hacerse mañana en conferencia de prensa, se pasó para el día lunes. ¿Querrá la dirigencia organizar algo especial luego de la explosión que produjo? Lo cierto es que la negociación no era “humo” y De Rossi está en el país. Ahora habrá que verlo dentro del campo de juego. Ver cómo está su preparación física y si empieza a demostrar en nuestras canchas sus indudables condiciones. Los hinchas de Boca creen que vino a salir campeón y triunfar. Los de otros clubes se burlan y dicen que vino a pasear y ver un fútbol “pintoresco”. La respuesta la tiene De Rossi. El que una fría mañana de julio produjo una explosión en la ciudad.