Algunas tacitas giraban más lentas que otras. La vuelta al mundo hacia un ruido terrible. El chirrido de la cabina de asientos te dejaba sordo. “Disculpe, estamos reparando este juego para usted”, decía el cartel torcido que un empleado colgó al lado del baño. “Sacalo ya: No escribas reparando, pone reacondicionando”, le gritó el gerente de planta. 1990: la idea de algo roto es difícil de revertir. Atrás había quedado la premisa alfonsinista del mecánico nacionalista de la película Made in Argentina: “Acá las cosas se arreglan”.

Dos meses después se desprendió un carro del juego Matter Horne, chocó con un lateral y mató a una piba, Roxana Alaimo, de 15 años. Ese fue el final del Ital Park: el menemismo nació con una montaña rusa adentro floja de papeles.

Los ojos del pulpo del parque que iluminaban al tren fantasma primerearon a la tapa de Clarín del 9 de Marzo de 1993: “Desde mañana trece provincias se quedan sin sus trenes”. Ramal que para, ramal que cierra y chau trenes argentinos, la empresa estatal ferroviaria más importante del hemisferio sur.

“Voy a gobernar para los niños pobres que lloran por hambre y niños ricos que lloran tristeza”, dijo Menem un par de meses antes. De conocer el mar gracias a Evita a comprarse un reloj sumergible y pelearse en el recreo por cuál resiste más: agua pero sin paisaje. Eso también es desierto.

“Gaseosa solo cuando venga un amigo, o los fines de semana”, repetía la tía que cambiaba el auto a uno cuatro puertas: un cajón de risas escondido en una pared llena de culpas, esto fue el menemismo.

Lógica Naranjú: colorante frio para adormecer, 1 a 1 para medir la justicia social en capacidad de compra y pitucones en las rodillas  para que la moral viva en el jogging que aguanta.

“Recorra los nuevos laberintos del terror. Sea protagonista de este desafío al coraje. Viva como nunca en persona todas las formas del horror. Venga acompañado”, decía la publicidad del Castillo del terror de Show-Center de Haedo en 1997 que ya adelantaba la cirugía plástica de la Alianza. El Tinder menemista de la trampa de la reconciliación nacional se había quedado sin laburo y agarró un taxi de noche.

“Prohibido ingresar con bebidas. Prohibido ingresar si mide menos de 1.50”

El martillo del shopping Spinetto era una cabina insonorizada que se elevaba 20 metros, caía a toda velocidad y frenaba a 20 centímetros del suelo cuando la gente recién empezaba a gritar. Abajo, un padre primerizo hace algo de tiempo y lee a Joan Margarit: “El vacío que sientes es el de los traidores, incrustada en la frente llevamos ya la bala que alguien disparará. También los monumentos, por dentro, están vacíos. Según van traicionado las épocas, nos vamos convirtiendo en monumentos. Y así morimos”. 

Abrazó a su hijo cuando bajo y tomaron juntos el vuelo 3142 de LAPA el 31 de agosto de 1999. Se mataron en el cuarto accidente más grave de la historia de la aviación argentina con otras 63 personas.

“Menem fue muchas cosas pero sobre todo es mi viejo sin laburo”, escribe un director de teatro en Twitter.  “En las heladeras argentinas no entraban los huevos, había que importar”, se defiende un conductor de TV. 

Otra vez las historias contra las cosas: un Tik tok entre el país de Neustadt y el monedero de Norma Pla para aprender de memoria, como la fila de planetas que repetíamos hasta Plutón mientras se apagaba el fósforo.