Por Facundo Pedrini

Apilar nombres, cifras, curvas, números, 

más 
nombres 

más 
cifras
solo sobre las causas 
siempre termina mal.

Un país inconfesable no puede sanar nunca.

No nos vamos a salvar todos: 
algunos van a seguir, otros van a permanecer 
en el bronce y otros van a quedar en las cosas.

Advertirlo es un acto de ética personal más
noble que seguir puteando surfers o mostrar 
fosas comunes ajenas como un pibe que recién
conoce el mar y cree que la ola rompió por él.

Retar al ciudadano y cuidar al poderoso es mirar más la mano que la piedra.Gritar, insistir, darlo vuelta, querer el mito  (y rentarlo) solo evangeliza a los que estaban en la puerta esperando bautizarse: eso es la fe,querer pegar un smash abajo la autopista.

¿Cuál es la mano menos hábil de un frontón? El gobierno dice que no hay nada más macabro que elegir quien vive y quien no dicen, y es cierto. Los carteles insistirán en lo que haga falta para reforzar ahí.

El invierno llegó con un dilema de pedagogía difícil: 
Darle la razón a los sanos que están de acuerdo.

En los últimos 100 días la culpa la tuvieron: 

Baby showers caseros, runners improvisados, fiestas prohibidas, asados in fragantis, casamientos judíos, cumpleaños turcos, yoga para countries aburridos, padres primerizos que viajaban a conocer al primogénito, surfers de papá, pelotudos de papá, paddle macristas, peatones sin papeles, DJ de pileta climatizada, motoqueros sin permisos y picados en potreros de barrios humildes, 

que optaron por tener todos sus derechos 
y ninguna de sus obligaciones, 
firmando en nombre de lo que alguna vez fuimos juntos, 
jugando con lo que quisimos que pase, mientras no pasaba nada.