Los popes del sindicalismo casi no se hablan. Tienen más diferencias que coincidencias, pero ahora encontraron en Alberto Fernández el destino de gran parte de su malestar reciente.

Jamás lo van a reconocer en público, pero los líderes sindicales de espacios antagónicos, Hugo Moyano y Héctor Daer, fruncen el ceño cuando les hablan de Alberto Fernández y del nuevo gobierno. Esperaban mucho más. Es obvio, el Presidente los dejó afuera de todos los cargos importantes en el armado ministerial. Lo mismo hizo el bonaerense Axel Kiciloff.

No hay lugar para el sindicalismo histórico en los nuevos lugares de decisión. Quizás el dato no sorprenda, pero sí el hecho de que sea en un gobierno peronista.

Alrededor de AF, creen que uno de sus sindicalistas preferidos es el bancario Sergio Palazzo, quien además tiene gran relación con CFK. Pero por el momento, no hay muchos espacios.

Su lugar central será en el futuro Consejo Económico y Social, cuyo proyecto ingresará en horas y será tratado en sesiones extraordinarias (ya fueron convocadas). Ahí tendrán una silla para discutir y plantear propuestas. El tema es que todos la tendrán. Moyano y Daer pretendían mucho más. Quizás Roberto Lavagna sea el titular del nuevo organismo, algo así como la Mesa del Diálogo argentino de 2002.

Ninguno de los dos popes sindicales esperaba mucho de Axel Kiciloff, en cuanto al reparto de cargos, pero el gobernador sí le dio lugar a la CTA, a través de Estela Díaz (Ministerio de las Mujeres). No hay dudas de que en la elección también hay un norte de gestión. Y de gustos.

El estratégico lugar la Superintendencia de Servicios de Salud, que maneja el dinero de las 270 obras sociales sindicales, será para David Aruachan, un hombre de Andrés Rodríguez (UPCN). Hugo quería a José Bustos en ese lugar. El nombre no pasó.

Tampoco pasó Guillermo López del Punta, quien había sido propuesto para liderar Transporte. Moyano no “cobró” con ninguna silla de relevancia en esa estructura que maneja el ex intendente de Junín, Mario Meoni. Lo mismo sucedió en la cartera de Trabajo, al mando del albertista Claudio Moroni. Algunos pensaron que al menos le quedaría la Secretaría de Empleo (también la habían reclamado organizaciones empresarias), pero tampoco. Ese sitio fue para otro massista: Raúl Pérez. Daer se tuvo que limitar a aplaudir en un palco preferencial durante la jura y el discurso presidencial del 10 de diciembre.

Si bien ambos se muestran cerca de Alberto, y jamás lo criticarán en estos meses, el malestar es notorio, y es el comentario más importante en los serpenteantes pasillos del sindicalismo argentino.