Lo raro hubiera sido que no fuera así, una paliza.

Veamos la secuencia. En 2009, 2013 y 2015, el peronismo en su versión K perdió elecciones. Fueron diferentes escenarios pero en todas había algo común: la gente, ese porcentaje del 30, 40 por ciento del electorado que pendula, estaba enojada por la inflación.

En 2019, Mauricio Macri fue echado del poder por una inflación desatada que llegaba al …50 por ciento. ¿De cuánto viene siendo la inflación este año? Del 50 por ciento. ¿Qué parte del mensaje no entendieron Alberto y el peronismo?
Pensémoslo al revés. Carlos Menem, que privatizó empresas públicas valiosas, jaqueado por atentados y corrupción, ganó cinco elecciones seguidas… combatiendo la inflación.

¿A qué atribuir entonces el fenómeno Milei, que puede convertirse en noviembre en la segunda fuerza en CABA, sino a su permanente y radical prédica contra la inflación?

En el hartazgo por la inflación, que mina la base misma del voto popular, está la columna vertebral de la paliza que se comió el peronismo ayer. Porque también hay que aclararlo: el voto castigo no fue sólo para Alberto. Fue para Cristina, Kicillof, Massa, Máximo, los sindicatos, los movimientos sociales y todos los que no sacaron los pies del plato. El único que levantó la voz fue Sergio Berni. Habrá que esperar sus próximos movimientos.

¿Qué otra cosa esperaban sino una paliza en las urnas? Si desde el 2001, este año Argentina tiene los peores guarismos económicos en materia de pobreza, desempleo, economía en negro e inflación, claro.

PASO de paliza
Tolosa Paz, Máximo, Axel Kicillof, Alberto, Cristina, Massa y Santoro anoche, al reconocer la derrota.

Me dirán: la pandemia. Sí, es verdad, casi todos los oficialísimos en el mundo perdieron en pandemia. Pero Alberto Fernández, que pensó que podía hacer de la pandemia una épica, la arruinó por miserias de su gabinete y su entorno. Primero el vacunatorio VIP, después la foto del cumple de Fabiola en Olivos que, ahora se ve, sí resultó ser el Cajón de Herminio.

Pero estas PASO hacen temblar también otra certeza de la gobernabilidad peronista: que se pueden ganar elecciones repartiendo plata. Y repartieron plata como nunca. Tanta que se llegó al perverso límite que a los más pobres no les conviene salir a laburar, al menos en blanco. Y eso realimenta un sistema perverso de desfinanciación del Estado y del sistema previsional.

Más claro: no conviene venir a trabajar desde el conubano por $ 50.000 mensuales en blanco gastando en viaje y comidas si con un poco de picardía y paciencia frente a la burocracia una familia puede conseguir $ 40.000 en tarjeta Alimentar, planes y AUH. Eso sin contar los subsidios a la energía que volvieron a tomar 4 puntos del PBI de un estado quebrado.

Planes y subsidios son dos medidas fundamentales, básicas del asistencialismo justicialista que terminan generando inflación al final del camino. Justo lo que el voto rechazó ayer.

Y tal vez eso sea lo más dramático: el modelo de gobierno asistencialista llegó a su límite y fue rechazado. ¿Y ahora? ¿Qué puede hacer Alberto? ¿Girar a la derecha? ¿Ajustar? ¿Girar a la izquierda? ¿Repartir más plata? Cambiar el gabinete, seguro. Al menos debería echar a los inútiles que más que ministros resultaron analistas que se cuidan de firmar nada para no terminar en Comodoro Py. Ejemplos: Sabina Frederic y Matías Kulfas, dos teóricos de la seguridad y la producción que llevan dos años sentados en sus sillones y no entendieron qué había que hacer.

¿Puede el Alberto dar vuelta el resultado para noviembre? Difícil. Puede a lo sumo achicar la brecha de cuatro puntos a nivel nacional y ganar tal vez algunos de las provincias para no perder el quórum propio en el Senado. Pero ojo, si sigue así también le puede ir peor.