Por Rolando Graña desde Miami

Es uno de los mitos fundacionales de la democracia argentina: en el acto de cierre del PJ, en 1983, Herminio Iglesias, candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires, prendió fuego una imagen de Raul Alfonsín en un cajón de muerto que le alcanzaron desde la tribuna. Los propios peronistas de entonces dijeron: “ya está, con esto perdimos 300.000 votos”.

En una sociedad que venía marcada por la violencia de la dictadura (violencia en serio, no violencia de insultos en redes) el gesto cayó pésimo y espantó a los últimos indecisos. Algo parecido le pasó a Donald Trump antes de perder las elecciones de la semana pasada.

En una sociedad marcada por las muertes del coronavirus (240.000 y en ascenso) Trump agradeció el consejo de un militante de echar a Anthony Fauci, tal vez el último bastión de racionalidad científica del gobierno en la pandemia. El gesto, como tantos otros de este presidente inclasificable, cayó pésimo entre los millones de personas que tienen miedo, nada menos, de morirse de COVID.

Trump
Foto: NY Times

Esta fue una elección extraña donde el voto decisivo, no militante, ese que hace bascular las sociedades, se definió menos por la economía que por el miedo. 

En términos económicos, frente al coronavirus y la recesión que trajo, los demócratas hubieran hecho más o menos lo mismo que Trump: regalar plata. Aquí, país rico si los hay, casi todo el mundo con o sin un trabajo perdido recibió durante varios meses 2000 dólares por mes. Esto provocó que buena parte de la gente que trabaja en negro (aquí son muchos más de lo que se piensa) pero que pudo conservar su trabajo en la pandemia, recibieran sobresueldos inesperados. Además, a esa misma gente, se le repartió comida, mucha comida gratis, en las escuelas de sus hijos.

Sin embargo, ese electorado pobre, afroamericano o latino en su inmensa mayoría, terminó votando contra Trump, militando contra Trump, inscribiéndose especialmente para votar contra Trump.

Trump
Foto: NY Times

¿Por qué no alcanzó el reparto de plata (en Argentina le dicen populismo) para que los sectores más bajos volvieran a votar por Trump, si él era el que apenas una año antes había llevado el desempleo a los niveles más bajos en la historia reciente de Estados Unidos?

La respuesta es el miedo. A Trump lo termina echando una extraña coalición del miedo. 

1) miedo de los afroamericanos a que en cualquier esquina un policía blanco malhumorado o pasado de cocaína le meta cuatro tiros. En este país donde todo se mide, algún día alguien nos dirá cuántos votos afroamericanos escépticos sumó contra Trump que el Messi de la NBA, Lebron James, se haya sumado al Black Lives Matter.

2) miedo de los latinos a que los deporten. Tal vez no a los ya radicados, pero sí a sus parientes con papeles en trámite o indocumentados. Las escenas de niños solos presos y echados del país fueron demasiado incluso para el áspero paladar de millones de blancos que miran de reojo a los inmigrantes.

3) miedo de las mujeres a retroceder en sus derechos. Hubo encuestas que midieron incluso cómo en los estados donde Trump había ganado cómodo en 2016, al interior de los hogares el voto se dividía. Los esposos seguían votando a Trump, las mujeres no. Las medidas para desmantelar el derecho al aborto o la convalidación del maltrato, espantaron a muchas mujeres urbanas.

4) miedo de todos estos colectivos y más de morirse de COVID. La mayoría de los muertos por coronavirus en Estados Unidos fueron los pobres, los afroamericanos, los latinos que perdieron el Obamacare (ampliación del seguro médico) por los recortes que dispuso Trump.

Lo extraño de todo esto es que aunque Donald Trump se vaya a su casa y hasta termine preso (no hay que descontarlo, son demasiadas las investigaciones en su contra por delitos tan diversos como evasión fiscal y abuso sexual), el discurso salvaje, simplificador, paranoico que llevó a Trump a la presidencia vino para quedarse. De hecho, Trump perdió  pero sumó 5 millones de votos a los que cosechó en 2016. No perdió sus bases; despertaron los que lo detestaban. 

Frente al Trump alocado, que sigue diciendo en las redes que él ganó así como Macri gritaba “no se inunda más”, Joe Biden se presenta como un abuelito bueno y tranquilo que viene a arreglar lo que el loco destrozó. Por ahora es sólo marketing electoral, promesas. Habrá que ver que puede cumplir y qué no.

Trump y el cajón del Herminio
Foto: NY Times

Tras el paso del huracán Trump por este país, queda una sociedad dividida, muy dividida. ¿Les suena? Esta semana, Nightline, un programa de la cadena ABC, presentó un informe sobre los grupos de autoayuda, si, grupos de autoayuda, que ya existen para que republicanos y demócratas puedan volver a tratarse con respeto en sus barrios y no terminen a los tiros.