El Gobierno comenzó a ejecutar un apresurado plan de salida a la encerrona sanitaria. Alberto aclara que CFK no tiene nada que ver con Vicentín; y la oposición revive con el inverosímil fantasma venezolano
Se terminó la cuarentena política, y el Gobierno comenzó a transitar el camino hacia una salida para la pospandemia. Ayer, por primera vez, el presidente Alberto Fernández utilizó ese término. No fue azaroso. De ahora en más, se hablará de otras cuestiones en Argentina, que no estén directamente vinculadas con el Covid-19.
Ya quedó demostrado: Alberto creció muchísimo con su política sanitaria, pero llegó a un punto de esplendor, a partir del cual comenzó una marcada curva descendente. Ya no caen tan simpáticas y paternales como antes las explicaciones con filminas, y los datos comparativos con niveles de contagios de otros países. Eso es el pasado para el Gobierno, que ya empezó a enfocarse en otra dirección.
Vicentín es la prueba más acabada de ello. El Presidente le dijo a Ernesto Tenembaum en Radio con Vos que Cristina no tuvo nada que ver en esa decisión. El manual de la política enseña que lo que es obvio no precisa de aclaraciones. Y si CFK hubiese tenido incidencia, ¿cuál sería el problema? ¿No es lógico que la vicepresidenta forme parte de las decisiones del primer mandatario? ¿Qué tiene de malo, o cuál sería el inconveniente?
Lo que Alberto reconoce implícitamente es que en el Gobierno hay más de una mirada sobre la realidad. Y más aún, distintos niveles de decisión sobre temas medulares. Se sabe: CFK tiene autonomía para decidir.
Al Gobierno nunca le cayó del todo bien el proyecto para gravar a las grandes fortunas, aunque sea por única vez, para salir de esta pandemia. Ni en Diputados ni en Senado, nadie sabe a ciencia cierta, en el trazo fino, de qué se trata esta idea. Hay comentarios, proyecciones, informes (como el de la diputada Fernanda Vallejos), pero la iniciativa en sí jamás ingresó en ningún lado. Sólo existe uno de la Izquierda. Alberto se reunió la semana pasada con la cúpula más granada del empresariado argentino, con excepción de Paolo Rocca. En algunos sectores del Gobierno, que azuzan este proyecto, la imagen no cayó del todo bien.
En términos económicos, lo de Vicentín da la posibilidad concreta de salvar 7 mil puestos formales de laburo, asegurar cierta injerencia en la “planificación alimentaria” del país y, también, reavivar un fantasma más taquillero que real: Venezuela.
La oposición, disgregada, descolocada e incómoda en el parangón de la anticuarentena, ahora encontró en esta intervención (primero) y posible expropiación (después) al gigante alimenticio el anillo que el dedo acusador tanto precisaba. Es decir, volvió política; la Argentina de (casi) siempre.
No es casual que Santiago Cafiero, álter ego del Presidente, haya nombrado expresamente a Macri durante el fin de semana para meterlo, otra vez, en el barro de la diaria. Ahora el Gobierno tiene un enemigo visible, y desgastado, para confrontar. Bienvenidos a la grieta.
La polvareda de Vicentín, una empresa inviable, casi quebrada y con cuentas por aclarar con el Gobierno anterior, quizás comience a tapar la agenda más compleja que tiene hoy el país, y la cual comenzará a correrse del centro de la escena: qué pasará con sectores de la clase media el día después.
El Gobierno tiene un monumental plan de asistencialismo, el cual seguirá en pie incluso después de la cuarentena. Ayer Alberto dio un paso firme como para mostrar los nuevos días del país, en los cuales también se rumorean modificaciones en el Gabinete, y el retorno de dos viejos conocidos: la política pura y dura; y la grieta.