
El anuncio del presidente Gustavo Petro sobre la adhesión de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (también conocida como la Nueva Ruta de la Seda) marca un cambio profundo en el mapa geopolítico del país. La firma, que se espera formalizar en los próximos días, busca consolidar una diversificación de las relaciones comerciales y diplomáticas más allá de la histórica dependencia con Estados Unidos, el socio tradicional y estratégico del país andino.
Desde Beijing, el acuerdo es percibido como una victoria simbólica en su avance sobre América Latina, una región que se ha vuelto un tablero clave en la disputa global entre Washington y Pekín. Para Petro, sin embargo, la integración responde a un principio de soberanía y pragmatismo económico: "No se trata de cambiar de hegemonía, sino de actuar con autonomía", ha señalado en reiteradas ocasiones.
China ofrece acceso a financiamiento preferencial, inversión en infraestructura y cooperación tecnológica como parte de la Ruta de la Seda. A cambio, espera una mayor alineación diplomática y apertura comercial. Para Colombia, los sectores más interesados son transporte, energía, inteligencia artificial y manufactura. Desde el Palacio de Nariño, la narrativa oficial resalta el potencial transformador de estas inversiones, especialmente en regiones históricamente marginadas.
Sin embargo, no faltan advertencias. Diversos analistas recuerdan casos como Sri Lanka, Zambia o Ecuador, donde la participación en esta iniciativa derivó en endeudamiento opaco, pérdida de activos estratégicos o dependencia financiera. En el caso colombiano, aún no se conocen los detalles contractuales del acuerdo, lo que ha encendido alarmas en sectores empresariales y parte de la oposición.
Bruce Mac Master, presidente de la Asociación Nacional de Empresarios, Andi, expresó que es un "error" que Colombia se adhiera a la Nueva Ruta de la Seda https://t.co/oD8tfYqUDV
— Diario La República (@larepublica_co) May 13, 2025
La preocupación de Estados Unidos no es nueva. Desde la administración Trump hasta la actual, Washington ha expresado una clara reticencia a la expansión de la influencia china en el hemisferio occidental. Colombia, históricamente aliada de EE. UU. en materia de defensa, narcotráfico y comercio, ahora aparece como un actor que se desmarca suavemente del alineamiento automático.
La firma del acuerdo también se produce en un momento de tensiones comerciales globales, con la guerra arancelaria entre EE. UU. y China reactivada, y con nuevos focos de disputa en tecnologías estratégicas. La decisión de Bogotá puede leerse entonces como parte de una tendencia regional: países como Brasil, Argentina, Chile y Perú ya han dado pasos similares, explorando con diferentes grados de profundidad su inserción en la estrategia china.
La región atraviesa un reordenamiento diplomático donde el pragmatismo económico convive con la presión geopolítica. Para Colombia, el desafío será establecer una relación que no derive en condicionamientos diplomáticos ni comprometa sectores sensibles como telecomunicaciones, energía o minería. La experiencia regional muestra que la clave está en la capacidad institucional de negociación, la exigencia de transparencia y el equilibrio en las alianzas.
Hasta ahora, Petro ha mantenido una retórica ambivalente: promueve la multipolaridad y el multilateralismo, pero evita romper del todo con Estados Unidos. Esta posición intermedia podría ser sostenible en el corto plazo, pero requerirá destreza diplomática para evitar quedar atrapado entre dos lógicas imperiales.
🇨🇴🇨🇳 #Internacional| Gustavo Petro, presidente de Colombia, asegura que su país podría sumarse a la ruta de la seda que impulsa el gobierno de China pic.twitter.com/OlC5BRyOGj
— La Jornada Tlaxcala (@JOrienteTlax) May 13, 2025
La integración de Colombia a la Ruta de la Seda puede leerse como una jugada audaz que combina oportunidad económica con riesgo estratégico. A diferencia de otros países que se sumaron al programa chino con poca preparación institucional, Colombia cuenta con una red empresarial consolidada, opinión pública crítica y prensa independiente, factores que podrían evitar escenarios de sometimiento financiero.
El verdadero desafío será gestionar esta adhesión como una palanca de desarrollo y no como una puerta a la dependencia. Si Petro logra establecer límites claros, contratos transparentes y alianzas diversificadas, el ingreso a la Ruta de la Seda podría fortalecer la posición internacional de Colombia. De lo contrario, se corre el riesgo de que el país repita errores de otros actores periféricos.
En última instancia, esta decisión también expresa una búsqueda de autonomía regional frente a una polarización mundial que no ofrece salidas fáciles. Colombia no solo se adhiere a una red comercial: ingresa a un nuevo campo de disputa simbólica entre modelos de desarrollo, sistemas de poder y horizontes civilizatorios. La historia juzgará si fue una apertura al futuro o un pacto con nuevas dependencias.