
El domingo pasado, más del 47% de Cuba quedó simultáneamente sin energía eléctrica. En La Habana, donde la densidad poblacional supera los 2 millones de habitantes, esto significa más que un corte de luz: es una parálisis cotidiana. Las calles de Centro Habana, los consultorios en El Cerro y los negocios en Marianao sufren apagones de entre 10 y 16 horas diarias. Esto obliga a miles de familias a cocinar con leña improvisada, guardar alimentos en cajas con hielo cuando pueden conseguirlo, y dormir sin ventilación en temperaturas superiores a los 30 grados.
Según una encuesta del Observatorio Cubano de Derechos Ciudadanos realizada en abril de 2025, el 62% de los habaneros asegura haber perdido medicinas, alimentos o equipamiento doméstico por los cortes. El 48% reconoce haber dejado de asistir al trabajo o la escuela por la imposibilidad de movilizarse o por malestares derivados del calor y la falta de descanso. La crisis eléctrica no se reduce a cables: tiene consecuencias físicas, económicas y emocionales.
En barrios como Guanabacoa y Arroyo Naranjo, la ausencia de energía ha interrumpido por completo el suministro de agua, al dejar fuera de servicio las estaciones de bombeo. Las vacunas deben ser transportadas diariamente a hospitales con plantas independientes, y algunos centros de salud han restringido turnos nocturnos por falta de electricidad. Comercios informales que dependían de congeladores han desaparecido, forzando a los residentes a depender de mercados estatales donde los alimentos perecederos escasean.
Isabel Laurencio y Dagoberto Herrera junto a su fogón a leña construido en el patio de su casa en la comunidad Blanquizal de la Güira, en el municipio de Yateras, dentro de la oriental provincia de Guantánamo, en Cuba. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS (Imagen referencial).
El Ministerio de Energía y Minas reconoce que más del 70% de las plantas térmicas del país tienen más de 40 años. Siete de las trece centrales están actualmente fuera de servicio por averías estructurales. La generación solar y eólica, prometida como salvación desde 2015, apenas cubre el 4% de la demanda nacional.
Mientras tanto, el gobierno de Miguel Díaz-Canel ha optado por soluciones mínimas: limitar horarios escolares, exigir autogeneración privada y racionar el uso eléctrico en edificios públicos. En los hechos, los habaneros viven de prestado: velas, generadores de vecinos, ollas de presión prestadas. El Estado, atrapado en su modelo centralizado, observa sin alternativas concretas. La Habana, al igual que Holguín y Santiago, no solo está a oscuras. Está exhausta.
Cuba ahora mismo...el pueblo sin electricidad y los Hoteles con Luz. #CubaColapsada pic.twitter.com/OX3L8nac8M
— Armando Benedi (@Benedi1906) March 16, 2025
La crisis energética no es un episodio aislado ni producto directo del embargo. En La Habana, el apagón es físico y simbólico: representa el agotamiento de un modelo incapaz de renovarse. Las cifras muestran un colapso estructural: más del 70% de las plantas termoeléctricas en estado obsoleto, apenas 4% de cobertura renovable, y barrios donde se interrumpe la cadena de frío para alimentos y vacunas. La inversión energética, de solo el 0,6% del PBI, no alcanza para sostener siquiera lo básico.
Pero más allá de los números, lo que define esta crisis es el desgaste cotidiano: noches enteras sin electricidad, niños que no pueden dormir por el calor, hospitales que priorizan turnos por falta de energía, y ciudadanos que viven con el temor constante de perder lo poco que tienen. Si el gobierno insiste en parches sin abrir el sistema a nuevas formas de gestión, el colapso podría ser no solo eléctrico, sino profundamente social y humano.