
La expresidenta de Nicaragua Violeta Barrios de Chamorro falleció el sábado 14 de junio a los 95 años, en San José de Costa Rica. Desde hacía varios años residía allí junto a sus familiares, tras haber sufrido un accidente cerebrovascular en 2018 y, posteriormente, un tumor cerebral que deterioró progresivamente su salud. Desde entonces, se encontraba en estado delicado, fuera del país que alguna vez lideró.
Con su partida desaparece la única persona que logró vencer a Daniel Ortega en unas elecciones libres. Su muerte marca el fin de una era para Nicaragua, una que remite a la posibilidad real de alternancia democrática y reconciliación nacional.
Asumió la presidencia en 1990, en medio de una Nicaragua devastada por la guerra civil, marcada por la pobreza, el duelo y la polarización ideológica. Su figura representó una transición pacífica hacia la democracia, la firma de acuerdos de paz con la Contra y la reducción del aparato militar sandinista.
Durante su mandato, Chamorro apostó por desarmar al país sin venganza, promoviendo una reconstrucción institucional y social. Su liderazgo fue clave para sentar las bases de una democracia frágil, pero abierta, que años después sería desmontada por el régimen actual.
La muerte de Chamorro fue respondida por el régimen con un escueto comunicado oficial. Daniel Ortega y Rosario Murillo, en nombre del Gobierno, emitieron un mensaje de apenas tres líneas, en el que reconocieron “su aporte a la paz” y desearon que “descanse en paz”.
No hubo duelo nacional, ni ofrendas florales, ni declaraciones de Estado. Solo una frase cuidadosamente formulada para evitar homenajes. La misma administración que ha perseguido, exiliado y despojado de nacionalidad a los hijos de Chamorro, se limitó a una formalidad que muchos consideran hipócrita y distante.
El perfil de Violeta Chamorro es todo lo que el régimen de Ortega ha buscado silenciar: una mujer que lo derrotó en las urnas, promovió la reconciliación nacional y defendió la libertad de prensa desde el diario La Prensa, dirigido por su familia.
Su presidencia (1990–1996) es recordada como uno de los pocos períodos de apertura democrática tras décadas de conflicto y autoritarismo. Hoy, su nombre es prácticamente tabú dentro de Nicaragua, borrado de los discursos oficiales y de la historia reciente impuesta por el poder.
La represión contra sus descendientes, incluidos Cristiana Chamorro, opositora y precandidata presidencial, y Carlos Fernando Chamorro, periodista exiliado, ha sido feroz. La familia denunció que no podrá repatriar el cuerpo de Violeta “hasta que Nicaragua recupere su democracia”.
Gobierno de Nicaragua dice que Violeta Chamorro "hizo aporte a la paz".
— Telenoticias (@Telenoticias7) June 14, 2025
La información fue emitida en un comunicado publicado en medios oficialistas nicaragüenses.https://t.co/RMrAFJ0Anh
El hecho de que sus restos serán enterrados en Costa Rica, y no en Nicaragua, subraya la fractura política y simbólica que atraviesa al país. No habrá funeral de Estado, ni cortejos públicos, ni calles llenas de ciudadanos despidiéndola. Solo un velorio privado, en el exilio, como exiliada en vida y en muerte.
El contraste entre su legado histórico y el trato actual de las autoridades alimenta un sentimiento de duelo colectivo y rabia contenida. Algunos sectores opositores han convocado misas simbólicas y actos de homenaje fuera del país, principalmente en San José y en comunidades nicaragüenses del exilio en Miami.
Chamorro fue la primera mujer presidenta electa democráticamente en América. Su ascenso no fue solo simbólico: lideró la desmovilización de miles de combatientes, reabrió las relaciones con Estados Unidos y apostó por una institucionalidad civil que priorizara la convivencia.
Su estilo de liderazgo fue discreto, casi austero, pero su impacto en la historia nicaragüense y latinoamericana fue profundo. Defensora del periodismo libre, pacificadora y símbolo de unidad nacional, su figura incomoda a quienes hoy concentran el poder absoluto.
El régimen ha preferido sepultar su memoria con un gesto burocrático, temeroso de que su legado despierte aspiraciones de cambio. Chamorro encarna el recuerdo de una Nicaragua que eligió la paz sin coacción, algo intolerable para quienes temen a las urnas.
Mensaje por el fallecimiento de Dña Violeta Barrios de Chamorro:
— USEmbassy Nicaragua (@USEmbNicaragua) June 14, 2025
Honramos sus incansables esfuerzos en nombre de la paz, que ella llamó más hermosa que la victoria, así como su inquebrantable sentido del deber cívico y su compromiso con la libertad de prensa, la gobernanza… pic.twitter.com/vZu4PzT9RV
La despedida fría y calculada del régimen revela su incomodidad frente a una figura que representa todo lo que el modelo actual niega: alternancia democrática, libertad de expresión y reconciliación. Chamorro no solo simboliza el pasado que fue desplazado, sino también una advertencia viva: Nicaragua ya supo cómo salir del autoritarismo, y puede volver a lograrlo.
Mientras el poder intenta silenciarla, su memoria se fortalece en el exilio. Su entierro en Costa Rica trasciende lo personal: es un emblema del exilio forzado, de una patria que no permite el retorno ni de sus muertos.