Con un total de 107 medallas mejoró el 7° puesto obtenido en los juegos anteriores.

Tengo que confesarles que me cuesta contener la emoción. Ver la alegría de estos atletas, imaginarme sus esfuerzos diarios soñando con llegar a este momento me aprieta la garganta. La emoción del abrazo con sus entrenadores o familiares inevitablemente me llena los ojos de lágrimas. Llegué a la conclusión de que, con los años, lo que me emociona es la emoción del otro. Ver su llanto de felicidad produce en mí un efecto contagio. Dirán que me estoy poniendo grande. Y sí, tienen razón. Pero no solo que no me avergüenza, sino que me gusta emocionarme con los logros deportivos en general, y con los logrados por atletas con discapacidades en particular.

Finalizaron los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019 del cual participaron 1890 competidores en 17 deportes y 18 disciplinas. Los cuatro países que estuvieron al tope de las posiciones fueron Brasil (308 en total, repartidas en 124 oros, 99 platas y 85 bronces), EE.UU. (185; 58, 62 y 65), México (158; 55, 58 y 45) y Colombia (133; 47, 36 y 50). La delegación argentina obtuvo 26 medallas de oro, 38 de plata y 43 de bronce. Un total de 107 medallas que la ubican en la quinta posición en el medallero general, superando el séptimo lugar logrado en los juegos anteriores de Toronto 2015, donde el número de medallas fue de 67 divididas en 18 oros, 25 platas y 24 bronces. Una actuación superadora, que premia el esfuerzo de estos atletas y los equipos que los acompañan.

Algunos de estos deportistas están acostumbrados al éxito. Es el caso del tenista Gustavo Fernández, abanderado argentino en la ceremonia inaugural, que es el n° 1 del mundo en tenis adaptado y acá obtuvo las medallas de oro en single y en dobles haciendo pareja con Agustín Ledesma. Pero la mayoría no son tan conocidos y no están acostumbrados al aplauso de un estadio y al reconocimiento público. Por eso la emoción de esas lágrimas uno las entiende y se contagia.

Hace unos años, un amigo mío llevó a su hijo de cinco años a la cancha a ver a su equipo salir campeón. Al terminar el partido, en medio de la explosión de alegría, se abrazó bien fuerte con el chiquilín, los dos con los ojos llenos de lágrimas. Y en ese momento único, su pibe le dice una frase que me quedó marcada: “Papá, no sabía que se podía llorar de alegría…” ¡Claro que se puede! Y hoy, escribiendo esta nota, se me vuelve a hacer un nudo en la garganta recordando cada celebración de estos atletas que con tanto orgullo y esfuerzo representaron a nuestro país. Y me dan ganas de llorar de alegría a mi también.