Cada vez que alguien muere, volvemos  a abrazar a todos nuestros muertos.
La muerte siempre cae en las mejillas, por eso no sé si los despedimos igual o, en realidad ,siempre nos  despedimos a la misma persona. Cuando entierro a un ser querido paso primero por la tumba de mamá.

Liliana María Cividino

19 – 08 – 1964 / 30 – 04 – 2011

Hace no tanto se convirtió en hace mucho. Su muerte es algo que tengo que volver a resolver todo el tiempo. Cierro los ojos, voy al recuerdo que puedo sabiendo que nada lo que diga va a cambiar lo que no dije. “Hijo, las alas son para avanzar sin pisar a nadie” decia, y decía bien. Ojalá lo mejor del mundo no sea del mundo. Ojala todavía tengamos ternura
para lidiar contra todo el resto. Mamá está enterrada en un Jardín de Paz. 

Al lado hay un pibe que murió el día de Cromañon y tiene la lápida repleta de stikers gastados de Maradona en lugares.  Su papá se lleva una banqueta todos los domingos, lee el diario  deportivo en voz alta y le comenta  cómo forma el equipo.  A veces nos prestamos una regadera verde para limpiar la tierra del mármol.

Las manos del tipo repasan  letra por letra el nombre del hijo. Mauro Salinas. En el mundo hay lugar para viudas y para huérfanos pero todavía nadie sabe cómo llamar a los padres que pierden a un hijo.

“Se está borrando la M, no puede ser”, se quejó hace unos meses.  No hablamos casi nunca porque ninguno sabe nombrar lo que no existe.Solo nos dedicamos a mirar del mármol al árbol, del árbol al mármol. La última vez que lo vi me dijo que quería irse a vivir al lado de la sonrisa del hijo. Y se fue. 

Hace unos dias fui a ver a mamá y vi queen la lápida de al lado había un nombre más.

Su nombre. Era Ernesto.
Saqué la tierra.
Limpie las letras.
Letra por letra.
En especial la M.
Y lo deje en manos de Diego.