Sergio Berni no durmió entre el martes y el miércoles pasado. La causa no fue insomnio. Fue la adrenalina, la tensión, lo que lo mantuvo en vigilia sostenida. Como ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, nunca había vivido algo así. Durante casi 48 horas, en el infinito conurbano bonaerense, y también en algunas ciudades del Interior de la Provincia, se desataron un sinfín de hechos delictivos con agitación social que lo obligaron a replegar y reagrupar al “ejército” más numeroso del país, la Policía Bonaerense, y también fuerzas de seguridad comunales, para intentar frenar una catarata de inesperada e histórica.

Los distritos bonaerenses más populosos, o sea, los más poblados de la Argentina, se descontrolaron de la peor manera al peronismo y a sus jefes territoriales, allí donde se suponía que tenían todo, o casi, bajo control. Después de un fin de semana de saqueos y robos en banda en Córdoba, Mendoza y Neuquén, el fenómeno se trasladó a la Provincia donde vive más del 40 % de la ciudadanía nacional. Primero, fue la paranoia que aterrorizó a miles y miles de vecinos y comerciantes, que recibieron en sus celulares mensajes que impulsaban a salir a robar negocios de barrio. Tan convincentes fueron esas viralizaciones, que buena parte de los intendentes del PJ bonaerense prefirieron organizar el cierre de los negocios de sus ciudades antes de correr el riesgo de que se concreten las amenazas. No alcanzó.

Dos días de nervios, caos y represión en el conurbano peronista

Varias empresas multinacionales que manejan supermercados en la geografía compleja de Buenos Aires tomaron la decisión de bajar sus persianas antes del atardecer. Había razones objetivas para dejar de ganar dinero en un país lacerado por la inflación y la pobreza. Ya había habido saqueos o intentos de robos en masa en la capital de Córdoba, por ejemplo. El peronismo en el poder nunca antes había tenido que administrar un caos de este estilo.

En la Capital Federal, barrios dedicados al comercio, como Once, o la avenida Avellaneda en Flores, parecían, la misma tarde del martes, lugares fantasmales. Algo así como locaciones en las que se filman las series de ficción del streaming cuya trama vibra en un planeta inhabitado por pestes inventadas, o recorrido únicamente por pocos sobrevivientes a un ataque de zombies asesinos.

Las noticias de los saqueos en Córdoba, Neuquén y Mendoza fueron difundidas por los medios. Las redes sociales ardían de mensajes que convocan al delito colectivo. Lo mismo que los chats de cientos de miles de vecinos de Buenos Aires. Esas noticias, en pocos casos tratadas con cautela, empezaron a replicarse en los canales de televisión. La crisis se palpitaba. Las mas altas autoridades del Gobierno, como el Presidente, se mantuvieron en silencio. Pero el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, advirtió que información de Inteligencia anunciaba aquello que pasó sin prevención previa. La vocera de la Casa Rosada, Gabriela Cerruti, aseguró que el responsable de los saqueos y la desinformación era el candidato más votado en las PASO, Javier Milei. Nadie la tomó en serio.

El martes a la tarde, en las vísperas del desastre, la mayoría de los intendentes del PJ bonaerense estaban reunidos en La Plata cuando les llegaron las primeras alarmas que indicaban que las viralizaciones convocando a los saqueos y robos pasaban a los hechos. El conurbano, el territorio que ellos moldean casi de modo hegemónico desde hace décadas, empezaba a escapárseles como si fueran jefes comunales novatos en el arte de mantener cierta paz en sus calles. En la Provincia azota la inseguridad, el narcotráfico y se desatan tragedias por muertes evitables. “Cerramos los negocios, pero te juro que no está pasando nada más”, le afirmó esa tarde uno de los jefes del peronismo bonaerense que es intendente de una localidad de las mayores extensión del primer cordon del conurbano.

Dos días de nervios, caos y represión en el conurbano peronista

Al día siguiente llamó a esta web para pedir disculpas: “Llamo para desagraviarte. No pude dormir, loco. De golpe el piberío empezó a afanar. No podíamos parar los asaltos. No fueron graves. Pero no los vimos venir y no hubo un muerto de pedo”. Las novedades atemorizantes se dispararon cuando cayó la noche. Robos en masa a un local de ropa en Moreno. Asaltos de a grupos en Merlo. Saqueos menores y no tanto en José C. Paz, Lomas de Zamora, La Matanza. Un barrio ubicado entre Tres de Febrero y San Martin vivió una hora de tiroteos entre vecinos que querían defenderse del fantasma de los saqueadores. Incendios provocados por los agitadores destrozaron un supermercado de dueños orientales en Moreno. Esa localidad pasó a ser el eje de la problemática que alteró a Berni. Se subió a su helicóptero oficial y llegó a la zona con el propio jefe de la Bonaerense.

La información de espionaje afirmaba que en ese barrio en el que ardió un comercio, llamado Cosasco, en La Reja, los saqueos a negocios pasarían a ser robos en masa a casas de vecinos del lugar. La intendenta, Mariel Fernández, se vio desbordada. Máximo Kirchner y su madre, la vice Cristina, llamaban al azar y no tanto a intendentes de confianza. “¿Es verdad lo que dicen las redes?”, preguntaban, también algo perdidos y con temor. El saldo se conoció recién a la mañana del miércoles. Kicillof y Berni difundieron, tras la desinformación que reinó durante toda la noche del martes hasta el miércoles, que habia habido 150 intentos de saqueos y actos de vandalismo. El número fue consensuado y aproximado. Redondo.

Dos días de nervios, caos y represión en el conurbano peronista

La Justicia bonaerense maneja otras cifras. Pero admitir que hubo 150 focos de conflicto en el conurbano del peronismo -aunque también se sucedieron hechos en comunas bajo mando de Juntos por el Cambio-, fue el sincericidio del PJ: el caos, la marginalidad, “el piberío” de los jefes del narcotráfico, hicieron temblar a todos. Los detenidos, según el parte oficial, fueron 94. Aunque habría solo 63 imputados. La realidad fue que los agentes de la Bonaerense tenían la orden de hacer prevalecer la detención de mayores de edad porque los menores salen en libertad casi de inmediato. Berni seguía sin dormir cuando dio a conocer esa información. Kiciloff visitó a varios jefes comunales una vez llegada la paz a sus distritos. Se ganó la simpatía de varios de los intendentes que lo resisten por razones más culturales que políticas: “Es de otro palo. No parece un peronista como nosotros. Aunque esta vez laburó bien”.

Los jefes territoriales del PJ “saqueado” se comunicaron entre sí en la noche más larga y de nervios de la que tengan memoria. Ninguno de ellos, al menos la decena consultados para esta nota, se animó a dar una definición clara sobre quiénes o por qué organizaron los delitos que jamás inaginaron que no podrían controlar. “No hubo muertos porque Dios es peronista”, ironizó y no tanto una de ellos. El ministro de Seguridad pasó la madrugada del miércoles como en medio de una guerra. Tres helicópteros patrullaron volando al ras de los techos de las casas del barrio de La Reja lo que pasaba en esas calles de barro. Iluminaban con focos a cada grupo de personas que creían sospechosas. “Nos asustamos muchos. Creíamos que después de prender el mercado nos iban a robar. Acá la policía no entra nunca”, contó una mujer que vive en el barrio Conquista de La Reja pidiendo anonimato. Berni voló, despeinándose por el rugido y el giro acelerado de las aspas, colgado sobre el borde de una de esas naves, con medio cuerpo por fuera de las puertas. Durante un par de horas. Como un soldado. En una guerra.