La muerte cambia de rumbo

“Se suspenden las visitas hasta nuevo aviso”,

dice un cartel en la puerta del cementerio vacío.

El portón semi-abierto del jardín de paz tiene

lugar para 40 cuerpos fríos y un par más

si acomodan los muertos nuevos en el suelo.

Como si todo fuera un paisaje en los

ojos de un alcohólico, los únicos que

entran ahí son los muertos y las nubes.

– “¿Tengo 2 minutos para despedirme?”

El hijo le pregunta al frente de una capilla sin misa.

lo que ya sabe que no puede hacer. Una vez más,

la última sensación solo sucede en nosotros.

Los nuevos muertos están suspendidos en una parte

de la historia que propone llorar por skype,

putear al cielo con la voz de otro por tik tok

y soportar el fin a través de un video viral

de africanos bailando con un ataúd arriba.

Un par de folletos caídos en la vereda agregan:

“Estimados clientes: Le informamos que durante

el 2020, el valor del primer semestre es de $6300

y vence en abril”.

El hijo piensa en los pizarrones presidenciales

en cadena nacional, en los epígrafes que describen

fosas comunes donde estaba el arenero de una plaza,

en los títulos que califican terapias intensivas como

si hubiese algo para agregar y en los partes diarios

que cuentan muertos como piedras de derrumbe, porque

es así como la muerte golpea a través de las letras que le creen.

Marca 8 números y llama a su nona en otro aniversario

del mismo aniversario: en todos los años siempre hace

un año que murió su mamá.

– “Yo entiendo que estés preocupado hijito,

pero esto ya va a pasar: tu mamá no se

murió de un virus.Tu nono tampoco.

Los muertos de antes se morían de otra cosa”